• Diario 5 -Buenos Aires, miércoles 22 de enero de 2025

Llamarse Perón es Justo

PorMarcelo Zanotti

Oct 9, 2015

Llamarse Perón es Justo
Los ridículos berretines de una familia tilinga reaparecen 78 años luego de que uno de sus miembros dejó el poder, que detentó sin legitimidad.

Quejarse de que a una Plaza le quiten el nombre de Agustín P. Justo es como reclamar que la serie Batman debería seguir llamándose El Guasón o El Acertijo. La verdad es que la serie jamás se llamó de otro modo y esa plaza jamás debió llamarse como se la venía llamando hasta ahora. Al grano: recordar con grandes honores a un presidente que se transformó en el artífice más expeditivo de la debacle de una nación originalmente destinada a ser una potencia económica y moral, no es sano para una plaza urbana.

Llamarse Perón es Justo
El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX: Oberismo, vanguardia, justicia social, 1930-1960 Hugo Edgardo Biagini

Agustín Pedro Justo, conciente de que ganó seis años de poder con uno de los fraudes más escandalosos de la historia de la humanidad, dado que la Ley argentina para evitar las maniobras que fuerzan la voluntad de toda una ciudadanía, tenía apenas 19 años de sancionada, huyó para adelante en toda su gestión, angurrientamente dedicada al intento de recuperación de la absoluta hegemonía del conservadurismo mitrista.

Justo  obtuvo, con el apoyo del medio de comunicación más insidioso de la época, el diario Crítica -cuyo director y propietario, Natalio Botana actuó virtualmente como cómplice- cierta aceptación por parte de la sociedad argentina, a la que se la podía convencer con poca sustancia encendedora de pensamientos,  dejando bien abiertos los poros de la economía nacional por los que se coló el veneno de los intereses de otros.

Llamarse Perón es Justo
Botana, un genio fallido, fue funcional a que se roben el país, mientras Justo se divertía con el ascenso de Hitler al poder.

Cualquiera entiende a los nietos y los subdescencientes de un personaje cuyo nombre figura en los libros de historia -aunque sea para mal, como en el caso de este destructor de la República. Es que la vanidad familiar aflora como si se tratara de un prohombre- ya que poco se revisa de las corruptelas de altri tempi, mientras se nos hace necesario prestarle mucha atención a las fuertes cuestiones en el presente. Pero es tiempo de dejarlo en claro: el nombre de la plaza lo cambió el Jefe de Gobierno, Mauricio Macri (a quien en estos momentos algunos peronistas lo están criticando por considerar que «usó» a Perón en campaña) mientras que los herederos de la oligarquía protagonista de la década infame encabezada el detentor del poder vía trampa (Agustín Justo), se le quejan a Macri por satisfacer al peronismo (digamos, a un sector del peronismo) en medio de una campaña en la que, lo que esos reclamantes quieren, es ganarles.

Nadie piensa con independencia ni buen criterio. Y aquí hay una única verdad: Macri hizo lo que a todo el peronismo le hubiese gustado hacer, que es despojar el nombre de un símbolo gigantesco de la más rancia representación del poder dominador de la Argentina desde el minuto 1, remplazándolo por el del líder más reconocido y carismático que tuvieron los trabajadores. ¿Está claro? Ah, ¿No está claro? Ok, lo decimos en argentino-peronista actual: Carlos Menem no se animó, Adolfo Rodríguez Saá no tuvo tiempo, Eduardo Duhalde no se acordó, Néstor Kirchner prefirió no hacerlo y Cristina Fernández de Kirchner nunca lo hace.

Si cinco presidentes peronistas no fueron capaces de darle a la sociedad el beneplácito de retirar el nombre de Agustín Justo a una plaza para ponerle, aunque sea, «Plaza Martín Karadagián», no es coherente que la intelectualidad peronista se le vaya encima al líder del PRO (partido de esencia conservadora) cuando reemplaza el nombre de Justo por el de Perón para un espacio púbico porteño.

Aquí cualquiera se hace el vivo cuando tiene la oportunidad de hacer una patraña (gorilas peronizados por única vez) y se hace el tonto cuando ya la hizo (usuarios del nombre de Perón como escudo permanente). Todos son unos improvisados con cero preparación para ser estadistas. Por eso se acusan mutuamente de vaciar el país de sus riquezas y reservas con diferentes técnicas u argumento ideológicos. El grito de «demagogo», se contrapone al de «antipatria» que surge desde la otra vereda. Ahora, que ambos grupos se lo griten a la misma persona, habla peor de ellos que del señalado.

Ninguna de las dos catervas mayoritarias de la política argentina sabe cómo manejar un país en crisis permanente, como éste: Controlar a la turba liberal para ver quién es quién en el tironeo por las ganancias y diferenciarles los impuestos, da mucho trabajo queda antipático. Pasa exactamente lo mismo si se nos pide chequear quién necesita, de verdad, una ayuda del Estado y quién ya está en condiciones de caminar solo, para ya ir trasladando recursos a la productividad. Eso es piantavotos. Sigamos peleándonos entre nosotros… a ver si viene alguien que propone laburar!

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