En una ciudad como Buenos Aires, tan cargada de estímulos, tan atosigante de ofertas y tan incitadora al individualismo cerrado (ya que existen individualismos que terminan por dar frutos para muchos, incluso todos, al final del camino y esos ameritan premios) es siempre tonificante someternos a la reflexión que nos permita entender si estamos parados en el lugar correcto y si adoptamos la actitud que se requiere para aportar una dosis de energía de la buena a nuestro universo diario, a niveles urbano y social.
Nuestra costumbre es perseguir la posibilidad de conocer cualquier detalle referido a la inclusión en la sociedad de personas con discapacidad o –mejor – “inclusión de personas”. Y mejor aún, directamente llamarlo “inclusión”. Ocurre que siempre vale la pena tomar en cuenta qué tipo de inclusión es el que se está fomentando. No porque ninguna inclusión tenga distinto valor que otra, sino porque son esfuerzos y objetivos diferentes.
Por ejemplo, cuando hacemos hincapié en la necesidad de lograr una fuerte inclusión en los grupos sociales, de personas con discapacidad, surge la observación acerca de cómo se debe trabajar según las diferentes discapacidades que presenten los ciudadanos.
Pero cuando hablamos de “Inclusión” (a secas) debemos sostener férreamente que estamos comprometidos con una comunidad que «incluye» por toda vía.
“Incluye” a 360 grados. Sin mirar discapacidades, sin poner la lupa en la pertenencia sexual de las personas y sin querer levantar muros para elegir cuáles extranjeros pueden entrar y cuáles no, al país. Incluye sin deglosar etnias, sin comparar estéticas, estaturas entre la gente, sin dar por muerto al empobrecido ni por perdido al que ha delinquido.
La sociedad que habla de inclusión, “incluye” sin prejuzgar. No prejuzga al Papa por elegir con quiénes se entrevistó y con quienes no, durante un viaje tan trascendente como incluir a dos pueblos que se reencuentran después de casi seis décadas. No prejuzga las intenciones de los gobernantes ni la pasión de los deportistas que nos representan. La comunidad que incluye de verdad, no culpa por repulsión, ni regala impunidad a los que les caen simpáticos.
Una comunidad inclusiva desecha, poco a poco, las viejas frases que alimentaron una Argentina equivocada: “con ella tengo un problema de piel”, “Ese Barrio es re-cabeza”, “No lo llames. Nos va a espantar los clientes”, “Yo te pongo la gendarmería y no pasa ni uno más”, “¿al enano lo vas a poner de arquero?”, “con ese tic no va a levantar ni la cuchara de la sopa”, “… pero mirá que hay escalera, si vamos a llevar al de la silla de ruedas…”.
Amamos nuestra mirada, nacida en una nueva Buenos Aires, que va en busca de la nueva Argentina. Amamos la respuesta del público que participa en nuestra sección de Inclusión. Nos sentimos fuertes porque nos sabemos incluidos. Con eso está todo dicho.