Argentina llegó a un acuerdo de reestructuración de la deuda con acreedores privados en agosto para poner fin a su incumplimiento. Apoyó el FMI. El país ha impulsado las amortizaciones de la deuda hasta 2025 y más allá y ha reducido drásticamente los pagos de intereses.
Por otro lado, desde entonces, bajaron los precios de los bonos gubernamentales recién emitidos Valor del riesgo país: 1.350 puntos básicos. Todavía se discute si esto es algo malo o no tiene mayor importancia. Lo mide Emerging Markets Bond Index Plus, que -alguna vez- debería demostrarle a cualquier obrero, mozo, locutor o agricultor que se trata de una institución confiable y de prestigio
Los especialistas ortyodoxos lo consideran «lejano» del rendimiento de salida del 10% utilizado por Argentina en sus negociaciones de deuda.
En cuanto a los motivos que producjeron algunos desbarajustes en las cuentas nacionales, habría que entender que los tenedores de bonos aceptaron una reducción de ingresos de casi $ 40 mil millones en 2020-24. Así, la deuda pública de Argentina en relación con el PIB aumentará este año a alrededor del 110%, frente al 98% en 2019.
Hay que tomar en cuenta que no hay cambios en el amenazante 70% en la participación de la deuda pública denominada en moneda extranjera. El coeficiente entre la deuda externa y PIB en el tiempo negro del coronavirus muestra una caída del 15% en el producto bruto.
Cuando un deudor argentino tiene problemas de liquidez no elige negociar un recorte de capital mientras fija cupones de los nuevos bonos a tasas de mercado, sino que genera reducciones propias para lograr reducción de intereses. Se mejoró la situación con los acreedores, pero la deuda sigue siendo la misma.
Podría asegurarse que la actual administración volvió a patear para adelante gran parte de su montaña crítica, es decir, los vencimientos más fuertes del endeudamiento. Sin demasiada diferenciación de su antecesora, comandada por los más conspicuos representantes de la política contraria, es decir, supuestas aperturas financieras y supuestas liberaciones, tanto cambiarias como fiscales, que jamás se vieron, tampoco en esos cuatro años. El/la presidente que asuma en 2023 estará obligado a hacer un anuncio que nadie quiere hacer: la Argentina, hoy, oficialmente, es un país pobre y quebrado y es necesario que la población lo asuma de una buena vez, aceptando centenares de nuevas costumbres que responden a una realidad que a los argentinos ni en pedo se les pasa por la cabeza asumir: hay que dejar de soñar con ser un país digno, porque no hay marco humano par tal cosa.
Aparte, otras dos cosas hay que no asumen los presidentes desde 1963, cuando gobernaba Arturo Illia: gobernar sin esperar el halago y controlar sin escuchar a los llorones prebenderos. Claro que era otro país: a nadie se le ocurría recurrir a métodos que pudieran perjudicar a miles para defender sus intereses