• Diario 5 -Buenos Aires, lunes 13 de enero de 2025

La Calle Florida: Estreno de un Macedonio joven

Pordiario5

Sep 24, 2017

Florida y toda Bs As antes del centenario no tenían los edificios elegantes que crecieron como hierbas durante la intendencia de Torcuato de Alvear

En el año en que se centra este relato, Macedonio Fernández tenía 18 años. Justamente en ese año lo publicó. Y su desarrollo como escritor lo tuvo en la madurez. Su humor e ironía son literariamente deliciosos y dejan entrever mucho más de lo que, se intuye, escribió en primera intención.

Como muchas de las lecturas especiales publicadas en Diario 5, «la Calle Florida» (original de El Progreso, 1892) es estreno para internet. Nos sentimos orgullosos de presentar este material.  Diario 5 se convierte,  nota a nota, informe tras informe, en un referente de las webs especiales de la Ciudad de Buenos Aires.

Los invitamos a disfrutar de un paseo por el pensamiento de un símbolo con escudo mayor de las letras porteñas.

C.A.

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La calle Florida (1892) / Macedonio Fernández

Macedonio
Macedonio

¿Qué es la calle Florida? ¿Qué significa? Tratemos de averiguarlo. Ante todo, vámonos a la calle Florida, porque no hay cosa como encontrarse en el lugar del suceso, para ignorar lo que ocurre. Suponga pues el lect0r que estoy en la esquina de Victoria y Florida.

Desde luego veo una columna (el nombre no es propio porque todas las columnas que he visto son perpendiculares y sirven para sostener algo, en tanto que ésta es tan horizontal como el dormir y no sostiene más que el sombrero de cada uno) que se prolonga interminablemente hacia el Norte, formada por una mezcla heterogénea de cosas y personas, estas últimas metidas en trajes de todo género y de toda clase de géneros, que viene y va, se mueve y se detiene con acompasado movimiento,

La primera observación que se presenta a mi espíritu es que sólo personas de muy poca ocupación pueden perder tres y cuatro horas en tan insípido entretenimiento. Apuntada esta observación, Clasifiquemos:

Allí veo venir una hilera de jóvenes de rostro alegre y ademanes despreocupados con los brazos entrelazados como si no pudieran tenerse solos, acompañando sus pasos con risotadas y mirando atrás y adelante, a derecha e izquierda, cual personas que temen que les animen un golpe repentino.

Si pasa una señorita sin protector, cae sobre ella un huracán de piropos, unos burlones, otros sentimentales y todos impertinentes, que son celebrados con general hilaridad. Como se ve  pues, estos tales pierden el tiempo lastimosamente

Aquí vienen dos personas de diferente número singular, es decir un matrimonio, y digo número singular. porque como a cada cónyuge se la llama mi cara mitad es claro que dos mitades forman una sola unidad y más si se tiene en cuenta que el matrimonio es un vínculo tan estrecho como cualquier estrecho de los que se encuentran repartidos por sobre la faz de la tierra.

Pues como iba diciendo venía el mencionado matrimonio caminando con cuatro piernas, no obstante ser una sola persona, como acabo de demostrar (lo que significa que ei matrimonio es un animal cuadrúpedo), y trayendo ambas mitades dos caras tan mustias y tristes, con dos lenguas tan silenciosas que en estas circunstancias me fundé para creer que eran esposos.

Iban pues caminando con tardo y aburrido paso, deteniéndose ante los escaparates, abriendo tamaña boca para dejar escapar un bostezo, mensajero del fastidio: ¡Cómo se divierten! pensaba yo,

En la esquina de enfrente se hallaba parado un joven que me pareció ser el modelo perfeccionado del high-life

Está sostenido por un trípode formado por sus dos piernas y un bastón de grueso calibre, el cual no siempre servía de pie, sino que a veces giraba entre los dedos de las extremidades superiores, lo Cual lo hacía parecerse mucho a un molino de viento.

Esta semejanza trajo a mi espíritu involuntariamente el recuerdo de las extravagancias de la inmortal creación de Cervantes y naturalmente pensé que si el Caballero de la Tris te Figura hubiera pasado en aquel instante por allí no habría dejado muy bien parado al sujeto de que hablo.

Este individuo era más ropa que persona; tenía los pies y las manos metidas en cabritilla negra, las demás prendas del vestido eran del mismo color y otro tanto sucedía con la cornisa del edificio, vulgo sombrero, de modo que por lo oscuro parecía un razonamiento escolástico.

Su nariz conducía un par de lentes colocados a manera de vidrieras delante de los ojos; de los lentes pendía una cadena que iba esconderse entre los repliegues del ropaje; otra salía de un bolsillo de chaleco y de metía en el vecino, y finalmente otra de más robustos eslabones amanecía por debajo del saco, con lo cual parecía una exposición de cadenas; o, si se quiere, el símbolo de la libertad.

No permanecía un momento quieto: unas veces cambiaba de posición, pero sin salir nunca de posiciones de retrato; otras echaba el sombrero a la nuca o arreglaba los puños de la camisa, o limpiaba los lentes con el pañuelo o decía alguna tontería a alguna joven que pasaba, o se paseaba fingiendo prisa o simulaba esperar a alguien, mirando a lo lejos; pero lo que más le preocupaba era el arreglo de su persona, no por vanidad, no lo piensen ustedes, sino por amor al arte, por sentimiento estético.

Estuve mirándolo un rato y considerando el pésimo uso que hacen de su existencia estos seres llamados lechuginos, que no conocen más instrumentos que el peine y el cepillo, que gastan deplorablemente el tiempo en bailes y clubes y teatros y cafés contemplando platónicamente alguna belleza de balcón, tc. Antes de terminar este artículo diré al lector que se me ocurre una dudilla, y es la siguiente: Esta multitud de individuos que se pasea todas las noches por la calle Florida ¿es aristocrática, burocrática o democrática?

A primera vista parece democracia, puesto que para ella no hay diferencia entre arroyo y vereda; casi todos van por los adoquines de madera; pero por otra parte el lujo y el boato que ostentan me induce a creer lo contrario.

En fin, en mi humilde opinión, es burrocracia o aburrocracia.

El lector resuelva.

Macedonio Fernández (Buenos Aires, 1874-1952). Poeta, narrador, humorista, cuestionador de la realidad, fue fiscal y abogado del foro porteño, profesiones que dejó un tiempo después de morir su esposa Elena de Obieta, para dedicarse a la escritura y a la reflexión sobre la Vida. Fue un habitante discreto y enamorado de su ciudad natal. “La calle Florida” se publicó en El Progreso, el 25 de septiembre de 1892 y está recogido en Papeles Antiguos (Buenos Aires, Corregidor 1981) y en las Obras completas, Tomo I, publicadas por la misma editorial.

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