Durante un tiempo, Susana Giménez exhibía la fotografía de Tita Merello en el escritorio de la escenografía de su programa televisivo, con la misma pasión que se le observa cuando hace mención de la que siempre luce, la de Rita Hayworth. Sin embargo, ahora no. Y es una pena, aunque nada se le endilga, por este tema, a la conductora.
En la medida de las cosas justas, los medios de comunicación deberían mantener en su punto justo el recuerdo de Tita Merello para que esa medida llegue, como corresponde y sin errores, a los jóvenes y a las nuevas generaciones, que no la conocieron. Y aunque fueran intencionadamente justos, ni así lo lograrían. Se trata de una figura definitivamente arrasadora en la historia del mundo del espectáculo de la Argentina y de cualquier país del mundo dispuesto a conocerla y reconocerla.
Por su talento, su personalidad y los entornos sociales que debió enfrentar a lo largo de su vida y de su carrera, es definitivamente imposible, no solo igualarla, sino tampoco encontrar una historia que juegue en paralelo la manera en la que la Merello se abrió camino en todo lo que hizo. Pero sólo haremos referencia a la espada de lucha que esgrimió desde los años 20, cuando, demostrando que una mujer estaba tanto o más preparada que muchos hombres del tango para administrar sus pasos que la llevaron indefectiblemente al estrellato y para plantarse «contra la contra»: Tita le pasaba el trapo a decenas de mojigatos hipócritas que pretendían dominar su andar por la vida, por la canción, por la actuación, por sus amoríos. Pretendían controlarla tanto de cerca como a distancia (especialmente desde los medios, los diarios y revistas). Ese accionar, cometido por muchos productores, dueños de teatros, hombres que detentaban un significativo poder sobre una diva del espectáculo, fue un tiro lejos del blanco en el intento de hacerlo sobre Tita Merello.
La auténtica «mujer fatal» de la historia del arte popular argentino podía repartir glamour en las más refinadas salas de Buenos Aires, sólo por demostrar que si quería podía. Mientras tanto, el «Arrabalera» de Cátulo con música de Piana, fue la más fantástica «autodescripción» que encontró Tita para sellar el carnet de de su linaje.
Mientra elllos están en vida…¿Alcanzamos a ir por fuera de los dedos de una mano para contar a los artistas del pueblo? Tita lo fue con todos sus honores, encima refrendadísimos en últimos años de su vida, cuando no perdía oportunidad de su llegada mediática para ayudar a las mujeres que le prestaban atención (que eran millones) a cuidarse de la amenaza de las enfermedades clásicas (y no por eso amainadas) que podían ser tratadas a tiempo haciéndose una prueba de Papanicolau. La Merello machacó con eso hasta encontrarse, incluso en medios de comunicación que la usaban para notas «sensible», con burlas a su noble campaña cuando se la imitaba en su manera de hablar.
Esta gigante de la música, el Teatro y el Cine argentinos, tiene ahora un merecido recuerdo escultórico en el Abasto. Su legado social inconmensurable, sólo podrá ser reconocido en su justa dimensión, dentro de un país de códigos perdidos, cuando la sociedad y las autoridades no sean ya uno reflejo del otro, sino que el pueblo sienta placer de aprender y de imitar moralmente a quienes ha votado.