No hay agua. El Monumento a las Cataratas del Iguazú, del que, hace pocos días tomábamos como referencia, por tratarse de un homenaje valioso realizado por Buenos Aires a uno de los más emblemáticos lugares turísticos de la Argentina, no funciona. Es quiere decir que el hermoso paisaje urbano que proveían las cortinas de agua conformadas por encima de la cascada que producían las siete electrobombas que generaban el efecto deseado, al menos, por ahora, no hay posibilidades de apreciarlo.
Dos chicas alemanas, ayer en la tarde, estaban paradas en el lugar tratando de entender qué vinculo tenía el cartel que decía «Iguazú Falls» con ese semicírculo de cemento y piedra, más tomando en cuenta que dentro de tres días, cuando se encuentren frente a la maravilla misionera, comprenderán que no existió nada en Buenos Aires que las estimulara a llenarse la vista de tal magnanimidad, excepto las típicas recomendaciones del personal de la agencia de turismo que las está asistiendo.
Hubo quien dijo que el sistema no se pone en marcha para evitar que se críen mosquitos cuando el movimiento de las aguas se detiene, por ejemplo, durante la noche. Respuesta sencilla: con que caiga sólo una gota, las aguas no estarían estancadas, por lo que jamás una fuente de esas características serviría para el desarrollo de larvas de insectos.
Las especulñaciones pueden ser mechas y hasta disparatadas. Si bien no las haríamos, vale la pena recordar que comunicar a tiempo el motivo de un desperfecto siempre es preferible a un silencio que en un principio se cree atinado pero que termina siendo el disparador de críticas que, por pretender exigir información, se derivan -involuntaria o maliciosamente- en dolores de cabezaa nivel político.