Fue el mayor disparador de conciencia de responsabilidad en la dirigencia argentina.
El juicio político y consecuente destitución del jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, encendió todas las alarmas de cualquiera que ejerciera un cargo en el país.
Tras ser reelecto, de buen vínculo con el Poder Ejecutivo Nacional y con una historia de prestigio que o había depositado en la política por su rol de fiscal adjunto en el juicio a los responsables de los levantamientos carapintadas, Ibarra mantuvo buenos niveles de aceptación pública.
Pero aquel espantoso 30 de diciembre de 2004, cuando una increíble cadena de factores negativos dejaron el saldo más luctuoso que se pudo conocer en el ámbito del entretenimiento, millones de dedos apuntaron al jefe de Gobierno. Los cargos de orden técnico, administrativo y operativo fueron muchos. Pero hubo uno que resultó imperdonable y letal para sus aspiraciones de continuar en la política: su ausencia en el lugar del incidente.
Desde entonces, en cualquier municipio de cualquier localidad en la República Argentina, hay una conciencia diferente en el poder cada vez que se da por entendido que la autoridad debe estar visible.
¿Hay un desgraciado accidente o un incidente de cierta magnitud, un incendio no dominado, una inundación arrasadora?
Ahí van -según corresponda- el intendente, el gobernador o una autoridad que pueda ofrecer, que más no sea, alguna contención en nombre del Estado, para las personas que están sufriendo.
Aparte de la recordación por parte de los familiares y amigos de los fallecidos, Cromagnón merecerá un lugar muy importante en nuestra historia política, el día en que alguien -con justa razón y aceptación generalizada- declare a la Argentina País Recuperado.