Con el frío, surge cada año la observación en organismos de toda índole (estatales, ONGs, obras sociales y ciertas empresas financieras de todo tipo, sanatorios privados o locales de comercialización con mucha afluencia de personas) de que no todos tienen un sistema de espera para que el público pueda esperar con comodidad y al amparo de correntadas de aire frío.
Se sabe que no todos los locales donde es necesario que la gente espere ser atendida, tienen espacio suficiente como para que se se obtenga el resultado de mayor confort. No obstante, los bancos argentinos, a pesar de sus tardías reacciones tras la crisis de 2001, de la que fueron cómplices, como siguen siendo líderes en la búsqueda de «proveer la sensación» de que se le da a los clientes «el mejor servicio», con su sistema de entrega de números tramitables en un tótem con una pantalla táctil, se le está brindando a visitante una -más o menos- aceptable bienvenida como para que se ponga a esperar a que lo atiendan.
La inversión en números para establecer turnos es lo básico que debería existir en decenas de departamentos de ministerios, secretaría y direcciones generales, como así en dependencias de especialidades médicas en hospitales, donde -aún hoy- se realiza el llamado a las personas que deben ser atendidas por el orden que tiene en una fila en la que se encuentran parados, mientras que en los pasillos sobra espacio para ubicar asientos en los que se los podría acomodar mientras esperan ser llamados por haber tenido previamente un número de orden.
Arcaicos.
La solución es que en la Legislatura porteña y en todas las legislaturas y concejos deliberantes del país se sancionen y reglamenten leyes que obliguen a todo establecimiento en que el público debe esperar para su atención, a generar un mecanismo de orden, con la clara y evidente colaboración del personal de seguridad de lugar, cuya eventual apatía, deberá ser fuertemente sancionada, ya que lo que no colabora con el orden, lo entorpece.