La periodista Diana Warszawski, observó, como no se había realizado hasta ahora, un ítem de la vida histórica de la Ciudad. En su columna del Diario Clarín relató cómo los porteños salieron a defender su condición de personas con identidad urbana, de tal modo que alzaron su voz para evitar que las máquinas eliminaran a los buzones. Esta nota tiene un alto valor. Por eso la reproducimos: es material para incorporar a la zaga de nuestro portal referida a estos héroes de la historia social de la Ciudad de Buenos Aires:
“Vino una grúa inmensa. Los vecinos saltamos de las mesas del bar y salimos a abrazarlo para que no se lo llevaran”, cuenta Felipe Evangelista (61), dueño del bar El Viejo Buzón, en Neuquén 1100, Caballito. En esa ochava con piso damero recuerda cómo defendió, hace más de diez años, el antiguo buzón pilar de su cuadra. Uno de los 144 que quedan en la Ciudad , donde cada vez hay menos. Varios en desuso, la mayoría deteriorados, unos pocos se salvan por vecinos que los defienden a capa y espada.
Oxidado, corroído, con girones de afiches y restos de pegamento está otro en Avenida de Mayo y Lima, en Montserrat. Los buzones pertenecen al Estado Nacional y éste tiene injerencia sobre ellos a través del Correo Argentino. Mediante un pedido de Acceso a la Información a la Comisión Nacional de Comunicaciones, Clarín pudo saber que la cifra de buzones en pie es un 36% menor a la de hace ocho años, cuando había 402. Símbolo de una época en la que el correo era el principal medio de comunicación privada a distancia, los vecinos insisten en cuidar este patrimonio para mantener viva la memoria personal y colectiva. “Lo usaba mi viejo, tano inmigrante, para comunicarse con sus parientes en Italia”, dice Felipe. Para los del barrio, vigilarlo es la única salida porque ven que otros “desaparecen de un momento para el otro”. “Es nuestra mascota, le pusimos nombre”, explica Felipe, y agrega: “Los jardines de infantes traen a los chicos para clases de historia y ellos no saben ni qué es”. El nivel de vandalismo que sufren los buzones es alto . La Comisión Nacional de Comunicaciones lo admite y advierte que por eso, aunque funcionan para el servicio de carta simple, no lo garantizan. Sin embargo, ni la Comisión ni el Correo respondieron si existe un plan de mantenimiento y en qué caso se los retira o relocaliza. “Saco las cartas entre bichos y basura”, comenta la empleada de una sucursal del Correo sobre Corrientes, a metros de un buzón. Hace 25 años, cada buzón recibía unas 400 cartas por día; hace ocho, cerca de 10; hoy son muchos los que permanecen vacíos todo el tiempo. Frente a La Biela, en Quintana al 600, Recoleta, hay uno impecable. Los empleados tienen instrucción de limpiarlo. “Estamos alerta. Lo quisieron sacar varias veces; la última fue hace 3 años, pero dimos pelea”, explica Carlos Gutiérrez, presidente de la Asociación de Amigos de Recoleta. Y agrega: “Cuando llegué a la zona hace 46 años el buzón ya estaba . Da pena, quedan sólo tres o cuatro por acá. Los turistas se sacan fotos todo el tiempo, es parte de lo típico porteño ; hasta los tangos los evocan”. Con la boca tapada por botellas metidas a presión y la puerta vencida, contrasta el destino de otro sobre Cabildo al 2900, en Belgrano. Y el de uno garabateado, con pegatinas y escamas de mugre, sobre Rivadavia, a pasos del Congreso. Desde la Secretaría de Espacio Público de la Ciudad aclaran que no está entre sus funciones mantenerlos porque dependen del Correo y no se los considera un obstáculo ni un peligro. Sí habilitan llamados al 147 y a los CGPC para recibir denuncias si atentan contra la seguridad. En Villa Devoto, el Café de García, Bar Notable, guarda la mística de antaño. Adentro, con antigüedades como un teléfono de pared. Afuera, con un buzón bermellón. Allí, en Sanabria 3302, Rubén García (69), su dueño, dice que lo pintó dos veces y que su hermano se lo pidió al Correo en los 90 como decoración. “Nos gustó la idea porque vimos que estaba desapareciendo”, justifica. Recibió incluso las llaves. “Nunca funcionó, pero es un punto de referencia y de encuentro para los vecinos”, suma. Frente a un mural fileteado de Villa Soldati, Liliana Quintana (56), directora de la Escuela porteña N° 16, en Lafuente 2670, celebra que se respete el buzón de esa esquina. “Para el centenario del barrio, hace cuatro años, la Escuela y el Jardín le pidieron al Correo que lo arreglara porque estaba quemado. Ahora está flamante” –dice–. “Es importante para enseñar a cuidar lo que es de todos , a querer la tradición, transmitirla a alumnos extranjeros y mostrar que se puede generar un cambio”.