La historia escrita habla de las maravillosas y solidarias plantaciones de pequeños árboles en la Ciudad de Buenos Aires en la Presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, etapa en la que aún no se definía la figura de un intendente como autoridad de la Ciudad, aunque existían cargos referidos a cuestiones urbanas, ejercidas por funcionarios que respondían a diversos ministerios nacionales. Divino. Encantadora historia. Pero basta. Aquellos simpáticos arbolitos hoy son añosos gigantes que exceden toda lógica al tratarse de tener que sobrevivir en un pequeño cuadradito de tierra para que estética de la Ciudad satisfaga caprichosamente a quienes «aman la naturaleza». Jamás la hipocresía barrió con tantas estructuras del sentido común como en el caso de los árboles de Buenos Aires.
– Los árboles inmensos deben ser reemplazados.
– Quéeee?
– Sí, exactamente eso: reemplazados. Deben ser cotejados, registrados y censados.
– Eeeeh? Un censo de árboles?
– Tal cual. Los árboles tienen que tener un registro de posición, tipo de vereda con la que convive, estado general de salud vegetal, dimensión del espacio de tierra que ocupa en la vereda, ancho de la misma y varios detalles más. No es lo mismo un árbol gordo y alto en una vereda ancha de una avenida que en una callejuela con vereda de 1 metro de ancho o menos. En realidad hay centenares de elementos que no son iguales entre sí bajo la misma circunstancia cuando se trata de árboles de ciudad.
Nos cuentan la historia remarcando la perfecta copia de la belleza parisina que se obtenía -en las cercanías del Centenario- en las calles porteñas, tanto por la refinada arquitectura como por la estética obtenida de la combinación de adoquinados, cordones, boulevares y arbolado urbano.
Perfecto. Fue hermoso e isnpirador para la Generación del ’80 y para otros poetas de Buenos Aires de principios del S XX y para, por lo menos, tres generaciones de creadores del tango. Pero hoy todo eso se terminó y vamos a dejar en claro por qué.
Del mismo modo que la generaciñon del petróleo comenzó a dejarle un problema ecológico a las generaciones subsiguientes, los plantadores de árboles de fines del Siglo XIX nos tiraron un problema a nosotros. Que nosotros no estemos considerando al problema es problema de otro capítulo y de otra sesión con el psicólogo. Los árboles no están preparados para crecer un cuadrado de 60 cm por 60 cm. Apenas le expliquemos a un chico de 5 años el modo en que se expanden las raíces de un árbol, comprenderá la situación y terminará por adherirse a la política de reemplazo permanente.
– Reemplazo permanente? ¿No será muy caro?
– Y eso que no te dije la segunda parte de la solución, ya que el criterio ecológico no debe perderse: es necesario establecer en Buenos Aires -más precisamente con distribución en todo el AMBA- varios PARQUES FORESTALES, donde deben se trasladados los árboles transplantados.
Las raíces de los árboles están causando problemas a miles de construcciones, en su mayoría viviendas, en Buenos Aires y nos estamos haciendo los estúpidos en nombre de querer «cuidar los arbolitos» que nos dejaron Sarmiento y sus amigos, que disfrutaron de una Buenos Aires hermosa, limpia, prolija y ordenada. Las fotografías que aquí publicamos dejan en claro que si a Sarmiento y alos intedendentes que sucedieron a Torcuato de Alvear les hubieran mostrado algún gráfico que les hicieran saber de antemano lo que hoy son las veredas porteñas con esos acachivachados pobres troncos, jamás habrían decidido forestar la ciudad.