Mientras el país discute si Graciana Peñafort «cruzó límites» con su frase «los argentinos vamos a escribir la historia con sangre o con razones», una avivada tremendista que disparó la habitual crítica de los que tiran de los hilos anti K, como el diario La Voz del Interior o el conductor Eduardo Feinmann, quien se mostró espantado con la expresión, hemos otorgado al callar, que las eventuales muertes, en la Argentina, están «jerarquizadas».
No es serio que creamos que el problema pueda radicar en Peñafort presionando a la Corte Suprema de Justicia para que decida si la Cámara Alta va a sesionar por Skype. Terminenos con las discusiones sobre asuntos indiscutibles. La jefa del Senado, Cristina Fernández Kirchner quiere sesionar en el Senado, Massa, autorida máxima de la Cámara Baja, quiere sesionar en Diputados. ¿No sale y depende de la Corte? Pues, está bien que se insista.
Argentinito, avivate. El problema es otro y el pelotudaje argento no lo ve. Y por lo que ve se, no lo verá nunca. La gilada argentina sigue pensando en que los problemas del país se resolverán o a manos del kirchnerismo o a la del macrismo. Los asqueantes politiqueros que se yerguen a pecho orgulloso en el tercer «al gran Pueblo Argentino, Salud», se inclinan con orgullo equivalente a manifestarse como populistas o como gorilones. Forros. Gigantescos consumidores complulsivos de humo, bien argentruchos, alimentados, de un lado desde TN y del otro, desde C5N. La cercanía de la muerte institucional de ambos grupos empresarios, por ser el factor de la desinteligenciación de los argentinos, operación que los favorece económicamente como pocos lo imaginan, es un deseo abierto que, en el país, sólo comparten los reflexivos.
En vez de reparar en una frase efectista, que suena rimbombante -y que no tiene nada de delictivo, como los adversarios de Peñafort pretenden advertir, mostrándose salvadores de la Patria- tienen que entender la verdad del significado de su frase referida a la hipotética muerte de un legislador en sesiones.
A nadie del club de burros -pretendidamente, grandes analistas políticos- se le enciende la linterna de comprensión acerca del concepto corporativista que conlleva el «aviso previsor» de que, si al poner en marcha el Senado de la Nación tuviera lugar un fallecimiento, para la directora de Asuntos Jurídicos del Senado, ese hecho requeriría de la puesta en marcha uno de los deportes más habituales de la política argentina: buscar culpables.
Lo que la abogada dice, claramente y en otras palabras, es que si alguien se muere en el Senado, que a nadie le quepa duda de que se llegará muy lejos con el circo interminable de discutir la nada misma entre los bloques mayoritarios, incluso en una eventual desgraciada instancia.
Es así: si le pedís sensibilidad a la derecha, sos un alimentador del «Estado Paternal», como expresa Jaime Bayly y si le pedís madurez al populismo, sos funcional a las corporaciones.
No se trata de que los legisladores tengan que arriesgarse a ningún contagio: hablamos sin eufemismos del temerario uso de la palabra culpa. La culpa y la reculpa que te paríó. Siempre hay alguien viendo quién de afuera puede tener «la culpa» de cualquier cosa mala que les (o nos) pueda suceder, Incluso cuando nos plantamos como los «previsores» ante cualquier mal.
La directora de Asuntos Jurídicos del Senado, Graciana Peñafort, que sostiene que la Corte Suprema de Justicia debería expedirse para dar validez a sesiones remotas en el Congreso, haciéndose la pregunta quién sería “culpable” en el caso del eventual fallecimiento de un legislador por concurrir a una sesión presencial, no tiene ni idea de lo que sucede en la Argentina con la madre de todas las diferencias: la desigualdad institucional.
La frase de Peñafort, que algún día formará parte del decálogo de las mayores hipocresías que se hayan demostrado en la historia de la humanidad es: “Supongamos que la Corte no hace lugar al pedido y por algún motivo se decide que (los miembros del cuerpo legislativo) vengan y se muere un senador por coronavirus. ¿Quién es el culpable?
Peñafort dejó en claro que la salud de su grupo social de cercanía, los senadores nacionales, es más valiosa que la del resto de los argentinos. No hay ninguna consideración acerca de la imposibilidad de realizar online centenares de trabajos. Incluso cuando a Graciela Camaño, el provocador periodista Jorge Lanata le dijo que en el Congreso daban demasiadas vueltas para la definición de las sesiones electrónicas, la diputada le respondió con una expresión solemne; «Se trata del cuerpo de la Nación que sesiona por temas en los que va la vida de la gente».
Nada quita que Peñafort acierte en hacerle un poquito de «Movete, nene» a Rosenkrantz y sus amigos para que definan, con la velocidad que el caso requiere, la validez de las sesiones online, que, por más que alguien traiga a la mesa de discusión, históricas complicaciones referidas a cambios de formas de sesión, no existe -de verdad y temor a error- ningún elemento que en 2020 complique la posibilidad de sesionar a través de computadoras, por tiempo limitado y razones ultra obvias. Entonces, en la corte ¿hay mezquindades con tufillo a intereses? Repetimos: ultra obvio.
Estamos absolutamente de acuerdo con que la solución que requiere la necesidad de seguir siendo un país republicano, que resuelve democráticamente sus normativas a través de los debates en las cámaras de su Congreso Nacional, es apelar a la tecnología. El problema es otro. Estamos llenos de muertos, diaria y periódicamente, por los que nadie se pregunta si cabe buscar un culpable. El motivo -no vamos a dar demasiadas vueltas con esta descripción- es que son personas de llano.
En la frase en cuestión hay una extraña forma de demagogia sectorial u “oligogogia”, para despertar adhesiones personales entre los miembros del senado, incluso los opositores, ya que Peñafort se encuentra bajo los focos al ser la abogada de la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner. A su vez se trata de lo que se podría definir como “Una chicana al aire”, es decir, una forma de trabar las cosas, sin definir “ideológicamente” nada, pero que asegura que, como siempre, en la Argentina, se levantará implacablemente el dedo acusador si algo malo sucede.
En un país, en el que se deja a la buena de Dios a millones de personas todos los días en decenas de campos secos, asentamientos y parajes perdidos en los que –en una medida considerable, por clara responsabilidad legislativa- no hay ni agua, ni fácil acceso a alimentos, estructura educativa básica ni acceso digno a la salud, una legisladora viene a confirmarnos a todos acerca de la jerarquía superior que tiene la vida de un legislador, ya que, si un legislador muriera por el mismo motivo por el que cualquiera se podría morir en cualquier ámbito del país, alguien debería tener alguna “culpa”.
Es realmente difícil y desgastante tener que explicar que las observaciones que hacemos no responden a la boludez de siempre, la de la grieta menor de la Argentina. Quienes -aún en tiempos tan difíciles como el de la pandemia que atravesamos- quieran comprender cuál es la verdadera grieta mayor que corroe las ya endebles estructuras esenciales de la Argentina, puede tomar lectura de la nota La Grieta Mayor