Desde los entornos de los mandos medios y las unidades básicas, asquea lo sucedido con la vacuna tramposa pero se ven obligados a mostrar una lealtad que no tuvieron con ellos.
Será algo difícil de digerir lo que se está cocinando. Dentro de las agrupaciones que conforman la alianza de gobierno, todos saben de qué se trata, pero nadie sabría agarrar el trapo para sacar la olla del fuego sin quemarse.
Si la sensación que barre con los ánimos de la inmensa mayoría oscila entre la desazón y el repudio, la del Frente de Todos es la de no saber hacia qué lateral mirar, porque la traición está instalada. Hay traidores. Y decididos a traicionar sin pudor. Y, de paso, seguir levantando las pancartas de Perón y Evita. Y no les importa el papelón actual. Ya están trabajando para lavarle la cara a la agrupación y listo. A pelear octubre.
Anoche, una conductora de TV afirmó con bastante vehemencia que una buena parte del periodismo en la Argentina es «cagón». Dejando históricos pleitos personales de lado, nos es necesario darle la derecha. Nadie se anima a decir que lo que ocurrió con las vacunas es alta traición.
¿Cuál es el problema?
Al peronista clásico le da escozor que se señale a posibles traidores al movimiento o -peor aún- tener que hacerlo. El peronismo es argentinidad popular pura. Y en la Argentina, el que quiere ser popular, no puede mostrarse «botón». Aunque lo sea y se vea obligado a disimular su hipocresía -haciendo movimientos ostentosos con sus brazos- cuando las cámaras lo están tomando mientras canta la marcha partidaria.
La palabra traición quema en el movimiento. El concepto es que el peronista abraza la doctrina de la justicia social y semejante vocación no puede dar lugar a traiciones. El solo comentar que un compañero cometió un acto de traición resulta resquebrajante, por lo que de ahí, al desmoronamiento hay un paso.
En el peronismo, cuando hay corruptos que capturan dinero público, los que quedan fuera de la causa, suelen alivianar cada caso con frases genéricas como «si hubo irregularidades, deberá actuar la justicia». No son tan relativos y chuavechitos en sus críticas, si los acusados de robo al Estado son gorilas.
Como los gorilas suelen se más heterogéneos, cuando aparece un ladrón de las arcas públicas, el espectro de indeseables que los defienden conforman un círculo mucho menor, casi íntimo.
Pero lo de vacunarse en secreto es diferente. En estos días, remarcamos que hay un silencio que cruje. Ya aturde. No se trató de un rutinario destape de olla que, mientras la sociedad se horrorizaba, desde los bunkers «cumpas», saltaban aportes divertidos del tipo: «…cómo se zarpó Josecito», o «…se las estaban llevando toda a La Rioja».
Aquí hubo un claro «me cago en todo y en todos».
Muchos no lo soportan. Buena parte de los colegas -incluyendo algunas de sus asociaciones- no puede asumir lo sucedido. Llevan -erróneamente- una bandera del peronismo. La frase setentista «entre os solados de Perón no hay traidores», mientras se cagabana atiros entre las facciones del peronismo joven tildándose de traidores los unos a los otros. La lucha entre peronismo de derecha y peronismp de izquierda, algo único en la historia y por lo que todavía hay intelectuales cararrotas que sostienen diversas sarazas justificatorias, es -para los más racionales- como un dolor generalizado en todo el cuerpo sin conocer de dónde viene exactamente. Y molesta.
Como muchos colegas se cuelgan de algún fleco del extenso manto ideológico que abarcan los lineamientos que se conocen del General Perón, y tomando en cuenta que las irascibilidades que hoy están a la orden del día en cualquier grupo de poder, muchos periodistas prefieren guardarse.
Si decir que hay traidores ya es difícil, qué les queda a los cagones si tienen que nombra con nombre y apelllido serviditos desde una lista de vacunados indebidamente, mientras muchos de los miles que murieron, mueren y morirán, podrían salvarse con la aplicación que les inocularon a estos asquerosos.