Las paradas de colectivos, su condición, la distancia entre ellas, su eventual posición estratégica y otros detalles que pudieran significar de importancia, son tratados en Diario 5 sin solución de continuidad, en todo momento y cualquier circunstancia
El apasionante mundo del trabajo sindical, la lucha por los derechos de trabajadores que conforman diversos gremios fue obteniendo algunos resultados importantes durante décadas en algo más de un siglo. Y bien vale que haya un capítulo para los derechos obtenidos para los choferes de transporte público en buenos aires y toda la Argentina.
Los que tenemos algunos años y capacidad de recordar sabemos que hasta los años 90, cuando se instalaron las primeras máquinas expendedoras de boletos, un colectivero cumplía una multifunción invariablemente estresante: manejar un vehículo con caja de cambios, cortar boleto, cobrar, considerar para ese cobro el cambio de billetes y monedas, abrir y cerrar puertas delantera y trasera, discutir con pasajeros, inspectores y otros conductores, y varios etcétera devastadores.
Desagradables robos y muerte de sus compañeros fueron el disparador de una serie de cambios que hoy se observan como mejoras para los conductores. Surgieron en normativas fijas en pos de la seguridad de pasajeros, terceros y los propios trabajadores del servicio de transporte que hasta ese momento no eran estrictas: circular con la puerta cerrada, sin excepción, es una de las más notables.
Ahora bien, son tantos y tan graves los problemas surgidos por la mezcla de caos normativo y controles absurdos para el transporte público de la ciudad de buenos aires que deberemos dividirlos en varias secciones. Por lo pronto comenzaremos con una de las más obvias miradas que surgen ante semejante vacío de consideración a las personas.
Si cuando hacíamos hincapié en la persona que no podía subir a una de las dos líneas de colectivos disponibles para viajar hacia un mismo punto no se estuviésemos refiriendo a un ágil joven universitario, el reclamo estaría por demás justificado; pero si la protagonista de ese inconveniente es una Señora mayor de 75 años, con inconvenientes de movilidad y cargada con bolsas estamos ante un problema tan grave que no podemos echarle la culpa solamente a una “normativa” poco solidaria.
En principio, tampoco estamos culpando en forma directa a los choferes de colectivos. Acaso podríamos culpar a los funcionarios que jamás subieron a un colectivo por ser unos burgueses que siempre tuvieron automóvil propio e incluso con chófer? No, no podemos. Ellos son lo que son pero no es que tengan la culpa. Y en este punto, estamos parados en sólo un pequeño ángulo del gigantesco debate que nos estamos debiendo, ya que es fundamental considerar el transporte urbano de ciudadanos como item de máxima prioridad para la calidad de vida que pretendemos ostentar en las estadísticas.