• Diario 5 -Buenos Aires, domingo 19 de enero de 2025

Amábamos la Richmond

PorAmalia Gutiérrez

Sep 22, 2019

Recordación de la mítica confitería a través de una placa.
Recordación de la mítica confitería a través de una placa.

Podrá haber decenas de recursos de amparo, cientos de leyes de defensa de cualquier tipo de patrimonio histórico y miles de abrazos a los edificios clásicos y tradicionales de nuestra ciudad, de cualquier ciudad o pueblo y en cualquier país de este o cualquier otro continente: si se trataba de que allí funcionaba un negocio y, conceptualmente, dejó de serlo, no sucederá ninguna cosa que la decisión de los dueños de darle cierre. Es fácil y sencillo pero nos cuesta aceptarlo cuando se trata de la nostalgia porteña que pretende mantener, aunque sea, la estructura de la imagen de algunos símbolos que guardan cercanía con nuestras infancias, adolescencias o juventudes.

Lo imposible sólo puede ser posible a través de metamecanismos: la imaginación, una corrección en los guiones de la historia narrada o, directamente, un milagro. Para qué tanta queja en 2014, cuando el local que durante casi un siglo ocupó la Confitería Richmond ganó movimiento ante la inminente inauguración de un local de ropa deportiva, si en 2011, esas mismas voces estaban haciendo silencio a la hora de cerrar definitivamente el histórico punto de encuentro de políticos, banqueros, miembros de la Sociedad Rural Argentina y personas, que vino funcionando ininterrumpidamente desde 1917.

No alcanzó su centenario. Eso sí, fue «Patrimonio Histórico de la Ciudad». Somos raros. No se tomó en cuenta que se iba a producir una definitiva falta de interés en mantener en pie la vieja estructura del más refinado «Bar-Billares» de la Argentina y su local terminaría vendiendo zapatillas desde la misma impecable barra desde la que se despacharon millones de cafés y miles de Dry Martini.

Las aludida normativa es las que, cuando un tradicional local de un negocio de la categoría de la Confitería Richmond, toma decisiones extremas como el de su propio cierre, obliga a los involucrados (propietarios, expotadores de negocios, etc) a mantener intactas las estructuras originales del negocio (en este caso, gastronómico) aunque se produzca un ostentoso cambio de rubro (como  en este caso, a Venta de Artículos Deportivos) y nada se parezca, de verdad, a la conservación de ningún patrimonio histórico.

La Confitería Richmond deberá ser incorporada en el capítulo Siglo XX de la aplicación de realidad virtual en la que es posible visibilizar calles y edificios históricos de la Ciudad, desde el tiempo de la Revolución de Mayo. Cuando lo que era negocio deja de serlo, no siempre se puede apelar al Estado para que salve lo que el mercado no quiere que se salve. El local protagonista de esta historia es el que se encuentra en Florida 468.

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