Todo lo que sea hacer tomar conciencia, cuesta. Y mucho. Desde hacer entender algunas necesidades de inclusión, hasta cómo está constituido tu propio país. Sin embargo, según cuál sea la medida que tomemos, podremos verificar que hemos conseguido algunos buenos resultados.
Hoy, hace 88 años, se producía por primera vez en la Argentina, un golpe de Estado encabezado por militares, volteando un gobierno elegido por la voluntad popular. La aventura golpista de José Félix Uriburu contra el gobierno de Hipólito Yrigoyen, contó con el apoyo psicológico de medios de comunicación de la época, como el diario Crítica, cuyo título de tapa, al día siguiente fue: “Jubilosamente celebra todo el país el triunfo rotundo de la Revolución”. Y como para sellar el estigma contra la democracia agregaron estas frases de bajada: “Huyeron numerosos funcionarios del régimen depuesto. La situación se encuentra del todo normalizada”. Por esta edición de su diario y por otras tantas ingeniosas operaciones, el periodismo argentino -en una singular mayoría- no toma en cuenta que el director de este medio debería dejar de ser laureado y halagado como el introductor del «periodismo moderno». Natalio Botana fue -y el suscripto se hace cargo por el resto de su vida de lo que aquí se escribe- un aprovechador de la a partir de entonces definitiva condición de ignorantes y soberbios de la mayoría de los argentinos que creían ser «ciudadanos soberanos», dignos de que se les respete -vaya uno a saber, con precisión en esas mentes- una jerarquía que ciertos poderes le estaban comenzando a hacer creer que ostentaban, dentro del entramado de distribución de riquezas de un país, cuyas ganancias iban siempre hacia una misma élite en más de un 80%.
Pero ya nada fue sencillo para quienes ostentaban ser dueños de la Argentina. Habían creído, aparte de dominar a la sociedad por la fuerza, también poder manipularla con campañas electorales: Uriburu llamó a elecciones en mayo de 1931. Las urnas le dieron el triunfo al yrigoyenismo a través del candidato a presidente, Honorio Pueyrredón. La dictadura de Uriburu, entones, anuló los comicios.
Los golpes de Estado contra la voluntad de la ciudadanía fueron seis, más algunos otros, internos, entre ellos, calcado de las intrigas y conspiraciones del poder en el Imperio Romano, cuando los emperadores se sucedían, unos a otros, casi siempre por envenenamiento del anterior. Estos actos, siempre fuera de la ley, también hablaban de qué eran capaces de hacer los militares argentinos por detentar el poder.
La etapa de los riesgos de perder la democracia por golpes militares duró 53 años. Pero el tiempo de cuidar la democracia nunca pasa. Es necesario estar atentos a cualquier acción que, desde cualquier sector, pueda hacer poner en riesgo el orden que significa que la voluntad de todos sea cumplida permanentemente.
Desde 1982, tras la caída de Malvinas y la inmoralidad del abandono de los soldados combatientes a la buena de Dios, las Fuerzas Armadas argentinas no consiguen encaminarse con algo que les haga recuperar, aunque sea, un mínimo del prestigio del ejército de los generales San Martín y Belgrano.
Quizás la historia les dé la oportunidad de alcanzar esas mieles cuando se les encargue la lucha contra el narcotráfico, no se excedan en el uso de ese poder armas en mano y superen el estigma que los identifica como enemigos de la armonía de la República, en nombre de la cual actuaron como sus propietarios durante todo el Siglo XX.