La vacuna de Pfizer pudo ser un objetivo. Pudo serlo la de Astrazeneca. Pareció que era la vacuna rusa, la que le daba a La Aregntina una carta ganadora. Faltan acuerdo porque falta consistencia en la certeza que cada desarrollador de vacunas expresa a la hora de convencer al mundo acerca de su performance bioquímica y tecnomédica.
Lejos parecemos estar del momento en el que el ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, aseguraba que el país tendría la vacuna en tiempos acotados, a buenos precios.
Personalmente, al venir de la enfermedad y haber tenido que sufrir la partida de un ser querido sin poder despedirla, lloré frente al televisor en tal oportunidad. Era el mes de agosto. Tengo los tres documentos de mierda en mi poder: el Análisis de saliva de mi esposa con resultado positivo para Covid-19, el certificado de defunción de mi suegra y el resultado positivo registrado en el puto análisis de anticuerpos con valor «37» (como para atravesar a nado un pantano nidal de coronavirus).
La sociedad viene escuchando los inconvenientes que se fueron produciendo en varios países con referencia a los complicado que puede resultar armar las logísticas de vacunación, mientras que en la Argentina se practicaba el deporte más popular y que la gente sabe jugar mejor que ninguno, superando por lejos al fútbol: el optimismo infundado.
Se trata del mismo juego que jugaron tan bien los que fueron a la Plaza de Mayo el 5 de abril de 1982 a demostrarle al detentor del poder de entonces que si la alegría de la recuperación de la Islas Malvinas era duradera, no volvería a realizar reclamos como el del 30 de marzo -seis días antes- cuando fuimos reprimidos por pedir que la vida argentina se ajuste -más o menos- a cierta dignidad.
El mismo juego que jugó la sociedad cuando Menem le hizo creer que el efecto de la venta de las privatizaciones y la temporaria estabilidad monetaria -una verdadera fiesta con fecha de vencimiento- era el ingreso de la Argentina al «Primer Mundo». El ejercicio de ese optimismo infundado siempre (pero siempre, siempre) está ligado a dos de las aristas más peligrosas de la ignorancia: el negacionismo y la necedad.
Estos dos zapatos con rulemanes, son intercambiados por los funcionarios de los gobiernos con la sociedad llana misma. Cuando un es necio el otro es negador. Y viceversa. Naturalmente, no es la única, pero si se trata de una de las fórmulas más efectivas para reafirmar la posición de crisis permanente y asegurarle un sólido fracaso a la Nación.