Marcelo Zanotti toma el ejemplo de lo ocurrido en los Estados Unidos como una prueba clara de que es necesaria la formación de dirigentes de alta calidad. Y vuele a atacar a los soldados de la grieta
Se los vio y escuchó celebrar, incluso con risotadas, la inusitada crisis institucional que se acaba de vivir en los Estados Unidos, como si los festejantes fueran ciudadanos de un país que jamás en la historia atravesó crisis políticas, golpeó sus gobiernos democráticos, cayó en papelones institucionales o ser empantanó indefinidamente en problemas generados por líderes que se creen más de lo que son.
Ni siquiera estamos preparados para revisar con algún éxito el refranario popular de la abuela. «El muerto se ríe del degollado» es un refrán que, si nos alude, debería llenarnos de vergüenza. Un problema menor es que nosotros no nos damos por aludidos. El problema mayor es que no nos damos cuenta cuándo un refrán de esa devastadora categoría nos alude. Muertos y degollados, riéndose juntos, podría ser una solución más o menos digna. Pero ni siquiera tenemos esa ventajita del posible empate.
Ya no tenemos una reserva demasiado sustancial como para calificar la rancia amalgama de la necedad y la ignorancia de una cantidad de argentinos que resulta cada vez mayor. Es la misma que toma partido por unos u otros de las divertidas agrupaciones políticas que en el país se ofrecen para liderar ideales que el pirulaje grietero absorbe como propio:
– o defendemos a rajatabla valores supuestamente republicanos para que nadie nos joda
– o vamos por lo que queda en pie vociferando que las necesidades disparan derechos express.
Sí, en cambio, vale la pena dejar en claro, frente a lo que se vio en Washington, especialmente en cuanto a la irracionalidad de los que ingresaban al palacio legislativo con la idea de imponer vaya uno a saber qué pavada antidemocrática, que los países pueden caer en crisis y luego salir o no, dependiendo de la capacidad de sus dirigentes y de ninguna otra cosa. Jamás depende de una pueblada.
Cuando es necesario manifestarse, incluso alzarse con justas causas, las acciones del pueblo son sagradas.
Pero cuando al pueblo se lo confunde y no se consigue aclarar la confusión a tiempo, la debacle con rumbo a la miseria (caso Argentina) puede tardar algunas décadas, si los dirigentes inadecuados se suceden uno tras otro sin solución de continuidad y los intereses de las fuerzas vivas del país no coinciden en lo más mínimo (caso Argentina).
Aún hay gente que se pregunta y le pregunta a otros si es posible confundir a pueblos. Preguntar a los alemanes. Sí, los actuales, los del S XXI. Ellos entendieron lo que les pasó a sus abuelos.
El pueblo norteamericano no construyó las estructuras de poder de esa nación. Aportó. sí, a lo que se podría considerar su «grandeza». Y eso no es poco. Tenemos que comprender el límite ¿Es tan difícil entender que no en todos los casos son los pueblos los que hacen el trabajo fino? Los Estados Unidos conforman un país con una mayoría de descendientes de inmigrantes a quienes las cosas les fueron saliendo bien o mal, según las circunstancias atravesadas por cada familia, a través de más de dos siglos. Armaron un esquema de convivencia, oportunidades y responsabilidades aceptado por los pioneros, guerra de secesión que definió intereses, constitución temprana y listo. País armado. A laburar bajo las normas que pusimos y vamos eligiendo autoridades.
La envidiable estabilidad de 250 años llevó a millones de norteamericanos a relajar su modus vivendi no sintiendo la necesidad política de ubicarse en alguna postura filosófica o social. El sueño americano enamoraba. No se necesitaba más. Y así se armó una nación con las mismas frivolidades de los países pobres, con la diferencia que éste era rico y a la población le alcanzaba el dinero para vivir y crecer. A la hora de tener que entregar hijos para que vaya a una guerra a dejar bien parado el honor de «semejante patria», padres sacaban pecho y madres se resignaban con un orgullo.Por supuesto que era la misma organización nacional la que fomentaba esa épica, tan fácilmente comprensible a través del chauvinismo de su cine.
Ahora, viendo lo que un grupete de trogloditas hace, ingresando al Capitolio, enfrentándose con la policía y provocando desmanes en nombre de su «amor» por una bandería politica ¿alguien es capaz de asegurar que si a los Estados Unidos les hubiese tocado tener doce, catorce, treinta o cuarenta generaciones de dirigentes dedicados a devastar la riqueza de la nación en sus incontables aspectos, ese pueblo iba a hacer algo por evitarlo? ¡ése que vino el otro día por TV? ¿ese pueblo, rompedor de vidrios en el Congreso, envalentonado tras comprar un mensaje, cargado de promesas pero ilegal, habría sido el adecuado para salir a decirle a alguien que está actuando mal. en nombre del Estado de un país que se sabe potencia?
Por supuesto que la respuesta racional es no. Quienes han militado por valores y ven que hoy se milita por intereses pero se pretende dar a entender que no, están comprando -en cualquier país del mundo- el mismo mensaje de Trump, pero sin dólares en su bolsillito o en su Home Banking.
Quien responda que sí, estará dando crédito a la idea de que los militantes de las agrupaciones políticas argentinas en 2021 están preparados para hacer de ésta, una nación con moneda fuerte y confiable y con una educación cívica tan sólida que -más allá de las ideologías que se lleguen a devanar en el futuro, todos trabajarían para el desarrollo de las industrias siderúrgica, metalúrgica, naviera, aeronáutica, química, electrotécnica, informática, medicinal y energética.
Pues, eso parece difícil.
Pero todavía hay gente en la Argentina que considera que el pueblo echó a los militares del Poder en 1983. Primero y principal, fueron apenas algunos dirigentes valientes. Segundo, sus equipos estratégicos de trabajo político para aprovechar que el enemigo se había estrellado contra el suelo. Era “Ahora o Nunca”. Y basta. La gente en la calle – incluído yo- que el 30 de marzo de 1982 salimos a protestar por múltiples motivos (los desaparecidos, los bajos sueldos, la economía tambaleante, la opresión política, los controles súper extendidos y el evidente plan de generar una continuidad al poder militar apartir de la frase “las urnas están bien guardadas”.
Fueron los partidos políticos de la Multipartidaria, ya con Alfonsín como cabeza visible, la CGT detrás de un Ubaldini decidido a enfrentar a Galtieri. Y fueron algunos cerebros operativos. No fuimos los que salimos a la calle. Aunque pusimos el cuerpo, eso aún era simbólico. Los poderosos estaban armados hasta las pelotas y habían hecho desaparecer a dirigentes opositores
No fuimos los militantes. Los que comimos gases lacrimógenos ese 30 de marzo de 1982 no nos sentimos héroes de nada ni nadie. Y encima tres días después tomaron Malvinas y se armó la confusión. Cuidado con los mentirosos y los que se atribuyen el bronce, porque, desde 1930 hasta hoy, son 91 años de confundir a casi todos acerca de quién es quién en el cuadro de honor de los beneficios para una sociedad (el pueblo, si te gusta el relato).