Ellos se distraen de cualquier responsabilidad y la sociedad los perdona. Los perdona porque hay una eterna mirada cholula hacia el poder. Porque está anquilosadamente arraigada la premisa de que a la autoridad se le respeta la investidura y no se le exige que devuelva ese respeto. En los últimos 30 años avanzó en el país el concepto “v.i.p.”, un sello de aceptación generalizada de los derechos prevalecientes de quienes ostentan alguna chapa. Algo así como un registro de resignada sumisión colectiva que no amerita indignación ni rechazo: es así.
El argentino merdio le sigue la ruta a estos maricones porque la aspiración general del argentino merdio es llegar a ser como ellos. Es importante aclarar por si alguno de los aludidos alcanza a dar lectura a este dardo, que con la palabra maricón no hago referencia a ninguna condición sexual; hablo directamente de maricones, tipos que mariconean la vida mutilando la de los demás por el sólo hecho de que pueden hacerlo. Incluso ya nos encontraremos con el uso de la palabra «puto», de una manera totalmente ajena a identificaciones sexuales sino asignado ineludiblemente a personas con alto nivel de maldad y falta de códigos.
En un tiempo como el que vivimos, de crisis constante basada en la falta de dinero, no sólo por la ausencia de trabajo sino también por los trabajos asquerosamente mal pagos, sin registros, donde la prioridad de muchos de los que los ofrecen es truchar para obtener ventajas, caiga quien caiga, las obligaciones y la tendencia a la responsabilidad de los funcionarios deberían multiplicarse hasta límites carmelitanos bajo controles estrictos de la misma población. Pero claro, si esa gente salió a cacerolear en 2001 para gritar que se vayan todos porque le manotearon la guitita del banco y la dejaron sin Miami, es obvio que va a estar más atenta a la remodelación de la Avenida Alvear y los adornos de Florida que a la falta de insumos en los hospitales. Maricones. El argentino merdio se llena la boca hablando de la caída de los niveles de educación en el país pero envía sms con el celular de sus hijos a programas de TV para votar por el mejor culo.
Amamos la democracia. Y para ejercerla hay que hacer política. Por eso, también respetamos la política, o que nos invita respetar a los que se juegan a ejercerla. Por eso no aceptamos -DE NINGUNA MANERA- que se nos acuse de fomentar la antipolítica. Quienes alzan esa voz están altamente dispuestos a expandir la confusión. La política es el arte. No lo es la rosca para obtener cargos y una vez conseguidos, mezclar mentiras con la gestión. Es inmensa la distancia real entre impecables y distraídos, pero cuando hay que explicarla en palabras, se vuelve muy sutil la diferencia y ahí los fanáticos partidarios no están preparados para escuchar razones que comprometan la imagen de sus líderes.
Los problemas de los que tienen problemas son todos los días, mientras que la solución que pueda proponer un legislador berreta siempre es de alcance corto, híbrido. No tienen idea de qué hacer con el paco, las violaciones, los crímenes, los robos grandes, los robitos, el deterioro de la alimentación de los ciudadanos, porque no conocen a la gente a la que gobiernan. Leen los diarios, claro, empezando por las noticias internacionales cargadas de guerras, guerrillas, atentados y fenómenos naturales que afectan a cientos de pueblos en el mundo, para arrancar el día con una comparación en la que quedamos para sonreírle al fotógrafo, mientras en realidad en la Argentina la situación de desgracia colectiva es cada vez más evidente. Maricones.
Y sacándonos la más pegajosa careta que tenemos en este menester, menos mal que son muy pocos los que saben cómo hacer para hacernos creer que algo de todos estos problemas les importa. Por suerte el resto, la mayoría de los agraciados atornillados en el poder, son lo suficientemente imbéciles para que, si lo deseamos, los podamos poner en evidencia cuantas veces querramos. Pero para eso la sociedad tiene que querer… querer verlos en una de tres opciones de estadios por los que puede pasar un funcionario o legislador: muy, muy activo en su trabajo, fuera de funciones o preso.
Marcelo Zanotti
(De la redacción de Ensamble)