Y no es ni la de Pascua, ni la de Reyes.
Ser legislador no es un arte… ni debería ser un premio para el éxito de la jugarreta politiquera que termina ubicando a alguno en un orden privilegiado de una lista que le asegura el puesto por la certeza de que el partido al que pertenece el fulano “suele” tener un piso con la cantidad suficiente de votos.
La falta de vocación por la función que se debe cumplir en una banca es directamente proporcional al propio deseo de ocuparla. Cualquier excepción a esta regla nos da dos opciones como resultado: un líder -de quien nos ocuparemos- o un legislador apenas normal, tirando a mediocre, que responde en un 80% a la estructura “ideológica” (qué palabra que a tantos les queda grande) de su bancada y se reservan el 20% restante de su energía política a mirar hacia dónde se puede pegar un salto que los posicione agraciadamente para la próxima convocatoria electoral. Enhorabuena cuando abundan los normales tirando a mediocres y no los mediocres a pleno, pusilánimes que para justificar su cargo bajo reglamento presentan proyectos de homenajes y ciudadanías ilustres, fiestas nacionales, provinciales o locales o declaraciones de interés estatal a comercios.
Pero con lo del concepto de qué es ser un legislador no hay caso. Lo consideran un arte. Quizás apenas lo sea a la hora de negociar las pujas, pero en esencia la actividad de legislar es la capacidad de crear a partir de necesidades. No hay arte político en esto. Hay amor a la gente (¿cómo dijo? ¿amor? ¿no será mucho?). El político excesivamente talentoso es un arma de doble filo en una Cámara, en una Legislatura, en un Concejo Deliberante de una localidad, porque hará primar su arte por sobre la necesidad real de sus representados.
Amigos, vamos por las pruebas de este dedo acusador sobre la misérrima vocación de toda una legislatura, un análisis que no significa dejar libres de culpa y cargo a miembros de los poderes ejecutivos, sino, por el contrario, los une en la incapacidad, los equilibra en la desidia y los deschava en el desapego con la misma contundencia.
Es absolutamente sencillo, barato, libre de conflictos interpartidarios, presionar con leyes de la Legislatura al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para que de una vez por siempre comiencen a construírse refugios definitivos para la espera de colectivos, micros de media distancia, combis, etc. La gente que tiene que viajar en invierno y los días de lluvia deben ser para esta gente que gobierna una suerte de entes molestos que cruzan la calle justo cuando ellos quieren avanzar con sus lujosos automóviles. A propósito de este carajoso asunto, normativas para el trànsito, cuidado del asfalto, estacionamiento y todo lo referido a la vida en automóvil siempre está a la orden del día cuando se trata de buscar soluciones.
Para ellos, precisamente, la vida va en auto, como ellos mismos. La mayoría de la gente se mueve en transportes públicos, pero ellos no. Y no es una ironía. Los hombres con un mínimo de poder, hace años y años que no saben lo que es poner el culo en algo diferente a la butaca de su auto, o de alguno de ellos, cuyo derecho de posesión nadie cuestiona; aquí no se està planteando nada sobre origen de dinero ni mucho menos se trata de una denuncia sobre eventuales ilìcitos. Aquì lo importante es que tienen poder. Nada menos que eso. Es una responsabilidad demasiado importante para distraerse.
Marcelo Zanotti
(original de «Buenos Aires por Ahora», para Diario 5)