No es difícil encontrar, dentro de la inmensidad de la ciudad, puntos en los que cualquiera comprendería que se hacen necesarias mejoras y cambios sustanciales, tomando en cuenta que es lógica la vieja premisa que asegura que lo importante es enemigo de lo urgente.
Veamos ahora una prueba irrefutable de que las obras porteñas en beneficio para automovilistas superan, lejos , en presupuesto, atención y operatividad, a las que se encaran para mejorar la calidad urbana de quienes se mueven libres de vehículos motorizados.
Se trata de la boca de acceso de un estacionamiento muy conocido de la Coudad, ya que se encuentra frente a una de las esquinas del Teatro Colón, tomando una esquina de la Plaza Lavalle. Si tomamos en cuenta la existencia de rampas de acceso a túneles de estacionamientos subterráneos en la Ciudad de Buenos Aires, nada debería sorprendernos en cuanto a los que estamos a punto de observar con respecto de esta estructura, si no fuera porque, en forma evidente y grosera, genera uno de los más desconsiderados pasadizos peatonales que se hayan concebido en una gran ciudad en todo el mundo.
El espacio natural para el paso de personas junto a una calle (ese al que llamamos «vereda», en la calle Viamonte casi esquina Libertad, en ese ángulo de la Plaza Lavalle en el que se erige la entrada y salida de automóviles hacia y desde el estacionamiento subterráneo, mide la friolera de 25 cm de ancho. Sí, efectivamente. Hay, en un sector de 15 metros de largo, en Viamonte entre Talcahuano y Libertad, un ancho para uso de automóviles (entre calle y salida de garage) de unos 16 metros y para caminar han asignado una minivereda de 25 cm más cordón no señalizado (ver la fotografía).
Estamos acostumbrados y por suerte lo decimos dondequiera que vayamos: todo lo que tenga que ver con cuestiones urbanas, es decir, ordenanzas municipales de cualquier ciudad del país y leyes del Gobierno de la Ciudad (ya que, por muy jerarquizada que se encuentre frente al resto de las provincias, siempre, gobierne quien gobierne, tendrá un gobierno con funciones municipales), siempre hará hincapié en las necesidades del tránsito de vehículos por encima de las necesidades de las ciudades desde el punto de vista de los peatones, ya que quienes ejercen el poder, dondequiera que sea, llevan demasiados años subidos a su automóvil y muy pocas veces aparecen funcionarios que, de verdad, sean hombres o mujeres de a pie. En la medida que esta cuestión no se trate con la profundidad y seriedad que requiere, tendremos muchas veredas milimétricas.
A propósito del tema peatón vs. automovilista en situaciones como la de la calle Viamonte (tema real y fomentado por los gobiernos, todos) nada tiene que ver en este asunto la peatonalización masiva de calles del microcentro, dado que ese esa es una mejora urbana que va más allá de la convivencia entre gente y autos. Es más, las «banacarias» peatonales bien pueden ser consideradas un «recreo» para cuanto automovilista ingresa al área estresante de la ciudad y camina un poco. Luego va al estacionamiento de Viamonte y Libertad y vuelve a ganar su permanente prioridad frente al resto de los mortales por estar al volante de su generador de privilegios.