El carnaval fue cambiando en la Ciudad de Buenos Aires y en la Argentina con el paso de cada generación. No obstante, en El Libro de Buenos Aires, con recopilaciones de Álvaro Abós, y cuyas crónicas seguimos entregando en esta sección de Diario 5, advertimos que la costumbre del agua en estos días festivos, trae una historia que nos diferencia, claramente, por lo menos, de los ingleses
Llegado el carnaval se ponía en práctica una desagradable costumbre: en vez de música, disfraces Y bailes, la gente se divierte arrojando cubos Y baldes de agua desde los balcones y ventanas a los transeúntes y persiguiéndose unos a otros de casa en casa. Se emplean huevos
vaciados y llenos de agua que se venden en las calles. A la salida del teatro en carnaval, el público es saludado por una lluvia de huevos. Las fiestas duran tres días y mucha gente abandona la ciudad en este tiempo, pues es casi imposible caminar por las calles sin recibir un baño.
Las damas no encuentran misericordia, y tampoco la merecen, pues toman una activa participación en el juego. Más de una vez, al pasar frente a un grupo de ellas, he recibido un huevo de agua en medio del pecho. Quienes por sus ocupaciones deben transitar por la calle salen resignados a soportar el baño. Tampoco se divierten los extranjeros. Un armador inglés, recién llegado, fue saludado con un cubo de agua. No teniendo noticias de la costumbre, el hombre recogió unos ladrillos y juró que no dejaría un vidrio sano de la casa. Fue difícil apaciguarle (.. .)
Ya hemos publicado una crónica de este autor, pero la recordamos, ya que tiene la particularidad de nunca haber presentado un nombre propio a la hora de desparramar sus prosas.
Un inglés. Seudónimo de un misterioso viajero que estuvo en Buenos Aires entre 1820 y 1825. Sus observaciones fueron traducidas por Editoriales Argentinas-Soler, Buenos Aires, 1942, bajo el titulo Cinco años en Buenos Aires.