
Nos quedó por revisar en qué momentos de la última y más grave etapa de la vida económica y bajo qué condiciones, los argentinos se vieron en la posición de compradores ante el mundo porque nuestra moneda se ubicó por sobre el valor de otras (siempre bajo alguna maniobra ficticia, por supuesto) y cuándo se generó un sinceramiento, quedando el peso en un nivel de devaluación acorde a la realidad, como para que los habitantes de este país salgamos a producir lo que sea que pueda ser vendido, especialmente, a turistas.
Durante la hiperinflación de 1988/89, en la que -supuestamente- debimos ser «vendedores», la gravedad de la situación no era solamente cambiaria y financiera. Por entonces, también lo era cultural, de tal modo que ni siquiera estábamos preparados para recibir a los extranjeros como para que se enamoren y vuelvan (en realidad, jamás nos preguntamos si semejante plan de madurez turística va con nuestra idiosincrasia bardera).
Ya en los años 90, bajo la presidencia de Carlos Menem y con la implementación de la Ley de Convertibilidad, el peso estaba atado al dólar a una tasa de 1:1. Esta política, tal como lo marcábamos, provocó una apreciación artificial del peso. Los productos y servicios de cualquier lugar del mundo quedaron, durante unos años «fiesta», relativamente baratos para los argentinos. Visitar Chile, Uruguay y Brasil era cosa común para un trabajador de clase media. Incluso, fue la etapa de mayor salida de dólares hacia el extranjeros que los argentinos hayan experimentado.
Aún sabiendo que ante el insoslayable subdesarrollo cultural de nuestro país, el dinero obtenido por las privatizaciones de la empresas nacionales, se iba a dilapidar en consumo y especulación financiera con una velocidad espasmódica, Domingo Cavallo, ministro de economía diseñador del plan económico, lo puso en marcha con la anuencia de Menem. En el corto período en que las estadísticas indicaron que -para quienes tenían la suerte de aún contar con empleo- los sueldos promediaban valores en dólares inimaginables cinco años antes, el gobierno repetía que la Argentina había ingresado «al primer mundo». Los medios de comunicación de mayor llegada lo repetían y celebraban. Los viajes a Europa, playas del Caribe y otros destinos caros, eran gestionados con mucha frecuencia en las agencias de turismo de Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mendoza, Tucumán, Paraná, Salta, Santa Fé, Mar del Plata, Río Cuarto, Neuquén y Corrientes.
Menem dejó el gobierno en 1999 y Fernando De la Rúa asumió la presidencia convencido que había que sostener la base del 1 a 1 entre el Peso y el Dólar. Ya a mediados del año 2000, había economistas que planteaban que la Argentina debía salir de la convertibilidad porque el plan estaba agotado. Como Cavallo había pergeñado el programa en 1992, durante el gobierno de Menem, Fernando De la Rúa lo convocó para que continuara «haciendo magia».
Pero la fiesta se había terminado.
En 2001, se desencadenó una crisis económica sin precedentes. Y volvió a tomar a los argentinos a traspié, como en 1975, 1981 y 1988. Tras la caída del gobierno de la Alianza, quedó un saldo de pobreza desconocido hasta entonces. Y sólo se abrieron caminos a más pobreza. Más allá de si fue errónea decisión de De la Rúa de no detener el proceso de convertibilidad al asumir (y soportar el costo político de la reprobación de los argentinos que estaban felices con la «fiesta trucha») vale recordar y dejar en claro para la historia que tal plan fue una bomba de tiempo que le iba a explotar a cualquiera que asumiera la presidencia en 1999.
Y le explotó a él porque fue el que ganó. Y tampoco hay que olvidar que al peronismo moderno nunca le gustó que ganen otros. Y menos que menos que esos otros gobiernen cómodos. De la Rúa, sabiendo que todo el andamiaje económico se desmoronaba, eligió la jugada política de convocar al «Padre de la Criatura» (Domingo Cavallo) para que reasumiera el ministerio de Economía. Se suponía que si le resultaba imposible recuperar los niveles económicos de 1994/95, sería el propio Cavallo quien pagaría los costos si, llegado el momento, el propio De la Rúa lo echaba y rompía con el 1 a 1. Pero todo se precipitó y el «corralito» anunció que la parva de dólares que corculaba por la Argentina desde los tiempos de las privatizaciones, se había esfumado. El Plan Megacanje terminó por descuajeringar -una vez más- el sistema financiero.
Obviamente, adiós al «argentino comprador».
La abrupta devaluación del peso en 2002 tras el colapso de la convertibilidad, hizo que los productos argentinos se abarataran, casi risueñamente, en términos de moneda extranjera.
Nueva oleada de ciudadanos de países limítrofes que aprovecharon la situación para comprar en Argentina, dado el bajo costo relativo de los productos. La afluencia de uruguayos, brasileños y chilenos que aprovechaban para comprar productos más baratos en Argentina durante este periodo nos dejó a todos con la boca abierta.
El atraso cambiario volvió con la «Fiebre de la Soja», durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Pero nunca más volvió a existir una tendencia cambiaria que abriera la opción de los argentinos -a nivel masivo, claro- se transformaran en gastadores de dólares. Durante un breve periodo entre 2005 y 2007, la reactivación económica y la apreciación del peso relativa a los salarios internos hicieron que algunos argentinos encontraran ventajoso cruzar a países vecinos para ciertas compras específicas, aunque este fenómeno fue menos marcado que en otros periodos
En 2017, Clarín publicó una nota sus sección Sociedad con este título: «Sorpresa en las góndolas: productos “made in Argentina” cuestan más acá que afuera«. En realidad, la sorpresa era para la gente más joven. Si bien siempre hay posibilidades de que las cosas se produzcan de un modo peor al que uno conoce, uno conoce. Uno, es argentino.
Desde 2018 tuvimos varias devaluaciones del peso y alta inflación. Estas circunstancias han vuelto a hacer de Argentina un destino atractivo para compras para ciudadanos de países limítrofes. Esto ha generado un incremento en el turismo de compra, especialmente desde Chile y Uruguay, donde los ciudadanos cruzaban la frontera para aprovechar precios más bajos en productos electrónicos, ropa y alimentos.
Desde 2018, con la alta inflación y los controles cambiarios, muchos argentinos han buscado productos más económicos en países vecinos como Paraguay y Bolivia, donde la diferencia de precios puede ser considerable para ciertos bienes.
Lo increíble fue que la inflación en el país alcanzó niveles tan impresionantes en 2024, que, con el dólar encepado y un ajuste galopante, los precios llegaron a valores irrisorios y la gente pudo se fue a comprar a Uruguay, a Brasil o a Chile. Se trató del efecto de una actitud que muchos empresarios argentinos, asumen al verse dominadores de su mercado. Ellos entienden que pedir por sus productos monopolizados un dinero excesivo y que termine despojando de su últimos pesos a quienes les compran, es un derecho natural.
La dinámica de compras transfronterizas entre Argentina y los miembros del Mercosur más Chile, estuvo siempre influenciada por la estabilidad (inestabilidad, en realidad) económica, los tipos de cambio y las políticas económicas de cada periodo. Estas fluctuaciones determinaron quién cruza la frontera y con qué propósito, haciendo que en distintas épocas, tanto los argentinos como nuestros vecinos hayamos buscado mejores oportunidades de compra al otro lado de la frontera. Un espanto que miles de inconscientes lo ven como divertido porque justifica organizar un viaje.