La consecuencia -de providencial ausencia de pérdidas humanas- no los habilita a excusas banales. Hablamos de una poderosa prueba de que el país aún no puede poner en marcha algún mecanismo que lo deposite en la condición de nación digna y que pueda ser sostenida desde todos los flancos y abarcando la mayor cantidad de aspectos de nuestras vidas.
A menos de 24 horas de haber participado con alto entusiasmo del paro contra el gobierno Nacional y con chapa de promotor de parte de la movilización, la Asociación de Señaleros Ferroviarios Argentinos (ASFA) quedó en el medio de un tembladeral político, judicial y mediático que recién comienza.
Primero, todos celebramos el milagro que con semejante choque de formaciones, el siempre monumental trabajo del SAME haya debido circunscribirse a sólo atender heridos de mediana gravedad para abajo. Y no conseguimos imaginar los alcances de otra celebración que, en su fuero más íntimo, están viviendo muchos de los miembros del sindicato que se jacta de ser la esencia de la responsabilidad ferroviaria, dada su obligatoria infalibilidad.
Pero fallaron.
¿Hubo robo de cables que impidieron las comunicaciones?
Hay que denunciarlo al instante.
¿Así que lo avisaron y nadie les dio pelota?
AHÍ ESTABA EL GRAN MOTIVO PARA HACER UN PARO POR TIEMPO INDETERMINADO.
Y si era necesario, dejarnos sin trenes hasta que les solucionaran el problema que sólo ellos entendían.
Cuando los escuchamos hablar, parecen no poder evitar sentirse los profetas del transporte. Y resulta que a varios de ellos no les da el piné para cumplir con lo básico de una actividad que requiere de atención, lucidez y eficiencia.
El infantilismo político se sigue bañando en un agua termal que cada vez se calienta más y apunta a su propio síndrome de la rana hervida.