Es inmensa.
Y la sufrimos, como porteños, en Avenida de Mayo al 1100.
Su estilo, el hall, sus molduras, cada marco lustrado, la emblemática habitación recordando a Federico, la bohemia brillante de sus tertulias, su impronta hispánica, sus pasillos en semipenumbra y los juegos solares en los pisos superiores, guardan silencio.
Como una gran boca hablándole a Buenos Aires desde la elegante vía. Esa sensación dejaba esa ancha entrada. Los más conocedores de artes decorativas admiraban la mampara de vitraux dividida en cuadros de la confitería del lobby. Y se imponía esa sensación de pertenencia que podía capturar por horas a cualquier amante del ocio.
Federico García Lorca, todos lo sabemos, es el mascarón de proa de los recuerdos del hotel. La eternidad en la que ingresó aquel tiempo de gloria de la Reina del Plata lo incluye en su cuadro de honor. El granadino la usó en el verano de 1934. La famosa 704, por décadas, se mantuvo cerrada en memoria de su presencia. La oportunidad de percibir la energía que pido haberse acumulado en ese cubículo se ofreció, temporariamente, en 2012.
En la noche del 9 de diciembre de 1983, mientras la multitud circulaba por la Avenida de Mayo, rebozante de alegría y viviendo el último día del gobierno de la dictadura, el Castelar, emplazado en ese corazón de la vida argentina, no necesitaba gritar a los cuatro vientos su protagonismo.
Hasta la madrugada se vieron familias enteras con banderas e insignias patrias, como parte de la vigilia del regreso definitivo de la Democracia. Raúl Alfonsín asumiría como presidente a eso de las 08.30. Casi como una representación viva de las estrofas de la canción «El Extraño del Pelo Largo»(*), cuando dice «…mirando la gente pasar…», en el umbral y apoyado contra el mármol del muro lateral del acceso, se podía observar, desde el hall y mirando hacia la calle, a un hombre de gran porra y largas patillas. El Castelar, redoblando su poder protagónico, justo en la jornada histórica en la que un presidente asumía, albergaba al hombre que lo iba a suceder en el cargo. La silueta de Carlos Menem era inconfundible. Había asumido esa misma mañana como gobernador de La Rioja y se preparaba para participar de la Asamblea que ungiría a su predecesor.
El Hotel Castelar, hoy, es un recuerdo.
Y aspiramos a que deje de serlo.
Para volver a ser el protagonista en el corazón de la Argentina.
(*) de Roque Narvaja y Enrique Masllorens, para su grupo de música beat La Joven Guardia (c.1969)