No tienen la más mínima idea de lo que fue y nos quieren enseñar acerca de la dictadura. No conocen los antecedentes y se largan a señalar con nombres y apellidos quién fue culpable de un hecho, traidor en una acción, quién debe ser considerado víctima, dónde están las líneas de un posible negacionismo y qué frase es pasible de ser prueba para tratar de reinvindicador a alguien acerca de alguna acción de las Fuerzas Amadas en los ’70s.
Algunos hasta digitalizaron parte de las publicaciones de la época, con las detalladas instrucciones acerca de cómo operar un arma corta o larga, según el material del que -oportunamente a través de asaltos a armerías y dependencias militares- se hubieron munido las legendarias organizaciones que hoy despiertan adhesiones retroactivas.
No les importa si lo vivimos con miedos por nuestra gente involucrada, si nos fuimos, nos escondimos o cómo lo sufrimos. Lo que se vislumbra en esta extraña e incipiente estirpe es que el respeto igualitario por el Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia, a ellos no les alcanza. Los tienta la posibilidad de erigirse en jueces. Y caen en esa trampa sin avergonzarse. Sabrá Dios qué le habrán contado sus padres o abuelos acerca de quién es quién en esta historia. Pretenden que la posición ideológica que abrazan tenga una feligresía de hierro y no una ciudadanía libre.
Es que estos insaciables de la hipocresía, no toman en cuenta la lucha popular que terminó eliminando los golpes de estado de cualquier índole. Para ellos ésa no fue una lucha reivindicable. Sí, en cambio, veneran la anterior, es decir, la encarada por las organizaciones armadas con un objetivo político.
¿Pero ellos alzan su voz, acaso, para reivindicar los motivos de aquella lucha?
Ni en pedo.
Sería aceptar que la Democracia que hoy dicen defender, no figura en el ABC de su propios enunciados ideológicos (suponiendo que los tuvieran).
Aunque se los reconoce parados sobre una respetable militancia de reivindicación de la acción de quienes cayeron en manos del terrorismo de Estado, no están dispuestos a escuchar voces aclaratorias de centenares de situaciones que rodearon y precedieron a tanta bestialidad por parte de gobiernos represores. A quien quiera que lo intente, lo mandan a la canasta de los defensores de la Teoría de los dos demonios. Y a la mierda. Sugieren que toda esa barbarie se generó en respuesta a las luchas populares aceptadas de manera generalizada y que hasta gozaban de una manera evidente de la simpatía mayoritaria.
A cualquiera que lo intenta pensar un poco o con alguna profundidad, resulta difícil convencer.
Pero eso no les importa. Avanzan, bandera en mano.
Digamos que aspiran a demostrar que la historia argentina entre 1970 y 1982 fue una repetición constante de situaciones comparables a la Noche de los Lápices. Es obvio que todos entendemos que aquel emblemático suceso, surgido de la valentía de un grupo de estudiantes secundarios en la Ciudad de La Plata, representa la siempre repugnante atrocidad del ataque a un inocente indefenso. Lo ocurrido con aquellos chicos, fue un crimen cuyo agravamiento no permite discusiones. Se cometió contra militantes pacíficos. Es parte de nuestros capítulos de historia más asquerosos. La discusión renace al comprobar que no todo lo sucedido en los años de plomo se le parece al reclamo de un boleto estudiantil.
No es necesario indicar las diferencias ni estamos dispuestos a dejar escrito, en este pequeño rincón del pensamiento, nada de lo que toda una generación conoce al dedillo. Para eso están las redes sociales, donde cada uno dice la pelotudez que se le ocurre y se siente René Favaloro.
Nunca necesitamos utilizar, para sentirnos nadie, los palazos de la policía de 1975 y 1976 por nuestros cánticos adolescentes en los recitales. Vayamos in crescendo: la exposición al entreguismo clerical cuando para una prueba en el colegio secundario, en 1977, fuimos invitados a responder la tramposa pregunta «Diferencias entre Cristianismo de Comunismo»; la redada trasnocturna de Wilde, en enero de 1878 con un F.A.L, apuntándote al culo, mientras te decían que el de tu DNI no eras vos; la pistola policial apuntándote a la cara, en 1980, por encontrarte sospechoso de un accionar «subversivo» -equivocado, por cierto- desde un camión que transportaba los equipos de tu grupo musical; jamás un chapeo autovictimizante por las llamadas telefónicas con amenazas aterradoras; tampoco la detención en la Comisaría 9na. con documentación periodística confiscada nos inspiró la más mínima creencia de que fuimos cruzando la vida bajo ese halo de épica que requiriera reconocimientos posteriores.
El síndrome del Heroísmo de Plástico -subsidiado durante tantos años y hoy, en un supuesto y esperanzado impasse- les sigue haciendo creer que ellos van a salvar el mundo del salvajismo de la derecha neoliberal, de la atrofia mental perpetrada por los medios hegemónicos y del inminente control de la conducta humana, planificado por los poderes centrales a los que ellos, según relatan, combaten.