En la historia de la Ciudad de Buenos Aires, las distintas formas de alimentación, el origen de cada producto del acceso a todos ellos dejan en claro que desde los tiempos del virreinato, pasando por la Revolución de Mayo, cruzando la dura etapa de los enfrentamientos internos entre unitarios y federales, el florecimiento republicano con la sanción de nuestra Constitución y el advenimiento del Siglo XX, denotan que se trataba de una nación con tantas posibilidades de crecer como motor alimenticio para el mundo, que era imposible, en cualquiera de esas etapas, imaginar un límite.
Fue precisamente en esos tiempos en los que la inmigración encontraba en la Argentina la meca para el desarrollo de sus vidas, que la vieja aldea porteña comenzó a transformarse en una simpática metrópoli cosmopolita y cargada de ingenio, innovaciones de todo tipo y al ritmo de las grandes urbes.
Una de las costumbres arraigadas era la del consumo de leche para todo tipo de preparaciones y recetas. Desde fines del Siglo XIX, la gran Aldea y gran parte del país pasaron a conocer una nueva y fluida manera de tratamiento y comercialización de los lácteos, establecidos por la comunidad más ducha en esas lides: la vasca.
No es un descubrimiento que los vascos eran expertos en todo el proceso de lechería. Por un lado, se manejaban transportando leche y derivados que provenían de tambos en las afueras de la Ciudad. Pero, en realidad, en la mismísima Buenos Aires, había tambos. Almagro y Boedo tenían varios y había tres o cuatro en la zona de Parque Patricios y San Cristóbal.
Los vascos eran los mejores y más eficientes operadores de la artesanal industria láctea. Tenían pequeños tambos en la actual Villa Urquiza, en Belgrano, Palermo, Chacarita y, por supuesto en toda la línea de localidades de rumbo Oeste, que derivaron en la famosa distribución que se realizaba desde el Patio de los Lecheros, en Flores.
Fuera de esas áreas, la tambería era más grande, con producciones de derivados de la leche que eran transportados y presentados de tal forma que ya se realizaban las primeras pruebas con papeles de envoltorio, que con el tiempo se fueron sofisticando hasta llegar a ciertas normativas obligatorias establecidas por el Estado.
Buena parte de la historia fidedigna de la vida de los lecheros vascos se consigue en la documentación registrada en el Centro Vasco Francés, de la calle Moreno y San José.
Cada 23 de febrero se celebra el Día del Tambero. Hablamos de una actividad que -hoy por hoy- sólo se la puede encontrar en áreas rurales alejadas de la gran ciudad pero que en su oportunidad se ejercía a metros de las casas de los porteños.