• Diario 5 -Buenos Aires, sábado 9 de noviembre de 2024

MZ juega fuerte marcando sin miramientos la diferencia entre tener una mala educación, aprender poco o casi nada y ser un maleducado de fuste. Lejos del raciocinio queda el burdo y falso concepto del "mal aprendido", eufémica justificación de ciertas madres que se sienten señaladas cuando un hijo presenta evidencias cavernícolas.

¿Hay, acaso, demasiada gente que cree que el problema de los maleducados es la baja performance educativa, los presupuestos educacionales pobres y sus programas vetustos? Entonces, si es así, estamos en un problema más grave que el que se suele reconocer o señalar.

Siempre remarcamos y criticamos las falencias de los organismos que deben pensar en nosotros. El problema se agranda y sin un Norte de resolución posible cuando está vinculado con nosotros mismos y nuestra predisposición a actuar para ofrecer alguna solución.

Vayamos al punto. El Estado arrojó como resultado que, luego de muchas discusiones entre dirigentes, bajas presupuestarias y problemas de todo orden, el nivel educativo del argentino medio cayó un 85% del que ostentaba en 1970.

¿Y entonces?

¿Realmente estamos dispuestos a afirmar que la apatía que la mayoría de la población demuestra las situaciones que a diario confirman nuestra decadencia comunitaria son culpa, responsabilidad o estímulo del Estado?

Entendemos que una cosa es un asunto y otra, otro. A propósito, tenemos en claro tanto el acertivo derecho de los gremios docentes frente al sistema que les paga mal, como la falaz, facilista e injusta acusación a sus adversarios políticos de ser los exclusivos responsables por ese mismo desaguisado.

En resumen: la gente maleducada no es exclusivamente un efecto del pésimo promedio en los niveles educativos que demuestra tener la Argentina. Es mucho más que eso.

Muchos hemos tenido abuelos, bisabuelos o tatarabuelos analfabetos. Y no por eso se cagaban en los demás.

Y a propósito de esa verdad indiscutible, hay miles de personas (hoy ya son millones) que están convencidas de que «los malos» son sus adversarios. Para ellos, los que se ubican políticamente en otro bando o piensan ideológicamente al revés que ellos, son la lacra. Traducido con la mejor cara de póker posible, se trata de gente que tiene la certeza de que los buenos son ellos. Incluso se refieren a «los otros» como «faltos de amor».

No es una caprichosa exageración de algún sector resentido de la ciudadanía: la hipocresía reinante en el mundillo comunicacional con ínfulas políticas, ya es asfixiante. Se percibe que para determinados humanoides con inflada patente de influyentes, el «Llena eres de Gracia» no es un saludo a María, la madre de Jesús; sino a sus propias mamis.

A veces, vencidas por las circunstancias, madres de chicos insoportables, agresivos o amantes de la puteada deportiva y el carajeo burlesco, ensayaban una innecesaria defensa de su labor en la preparación para la vida de su resignadamente fracasado vástago: «No me gusta que se lo trate de maleducado. Es un malaprendido».

La confusión entre los conceptos maleducado y «mal educado», ha dejado huella en varias generaciones de madres a quienes les duele el centro de su ego hereditario y dinástico: suelen recordar los halagos que recibían sus padres por su propia educación y ahora sienten que deben atajarse ante las evidentes desventajas formativas en la que incurren sus hijos.

 

 

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