Es más que probable que desde esta madrugada, un sector del sindicalismo salga a realizar la pegatina anual de recordación a José Ignacio Rucci. Y lo harán por 50ª vez. El 25 de septiembre de 1973, un comando de la guerrilla asesinaba al líder de la CGT. dos días después de que Juan Domingo Perón ganara, con el 62% de los votos, las elecciones generales que lo depositaría en la Casa Rosada menos de un mes después, el 12 de octubre.
Aquel día fue uno de los que, tanto en las calles, como en los puestos de trabajo, en los bares y en las escuelas, más se repitió la expresión «guerra Civil», como posible derivación de la escalada de violencia política que tenía en vilo a la Argentina. Y la situación se mantuvo tensa durante casi todo el corto período que duró la tercera presidencia de Juan Perón, hasta su fallecimiento, el 1º de octubre de 1974.
Esa tensión estaba signada por la singular confusión en la que buena parte de la sociedad argentina había caído, especialmente por no comprender (o no aceptar) las diferencias que existías entre las diversas ramas del peronismo, que recorrían el espectro ideológico de extremo a extremo, es decir, que había peronistas de derecha y peronistas de izquierda, cuyo escenario y método de acción entre ambos era -de manera definitivamente impune- la calle y a los tiros.
Ya no estamos ni siquiera en condiciones de reflexionar que se trata de 50 años de desencuentros. Nos hemos superado a nosotros mismo en la capacidad de dividir un país. Incluso la afamada «grieta» es algo de 2013. Diez años son más que el pasado para la política argentina. La grieta de 2013 (cuando el asesinato de Rucci cumplía 40 años) es mucho más liviana que la porquería que estamos haciendo ahora.
Estamos amagando y amenazándonos con derrumbar los cimientos de lo que nos queda. Quienquiera que entienda que así debe ser, seguirá homenajeando a Rucci, del mismo modo en que se lo hace con los militantes que cayeron en las garras de la dictadura que capturó el poder en menos de tres años.
¿Tenemos que tener un medidor de lo que estamos haciendo? ¿todo el tiempo y con cada cosa?
La respuesta es que somos argentinos.
Con los resultados que tenemos a la vista -acerca de cómo se desmoronó este país en 50 años- estaríamos cayendo en lo más profundo de nuestra soberbia si nos jactásemos de que podemos solucionar nuestros problemas apenas con nuestra voluntad patriótica.
Hay mayores problemas latentes.
Si el título dijera «Medio siglo de decadencia» habría sido más preciso y acorde a la realidad. Pero hay chicos que merecen que hagamos algo para que ellos tengan algo de lo que otras generaciones disfrutaron en este país.
Cierto grado de reflexión, cabe aún en la Argentina
Vayamos por esta performance:
[…] Un declive de medio siglo […]