El desagrado de descubrir que nos mienten parece ser generalizado. Mentir por escrito es un gran acto de hipocresía. Ahora, mentir a través de un cartel público es dejarnos la sensación de que quien lo ha escrito es una persona acostumbrada a que -haga lo que haga- no conoce consecuencia de sus actos. Sinónimo muy aplicable: Impunidad.
No tenemos duda alguna de que toda la sanata de la primera heladeía, la de 1902, la familia pionera y bla bla bla, no sólo es parte del pasado, sino que es un argumento que bien podrían guardárselo debajo de sus prendas íntimas. Han mentido a la sociedad porteña, teniendo un argumento poderoso para llamar la atención.
¿Por qué no cumplieron?
Si se les pregunta, ellos dirán públicamente que fue por la condición económica del país.
Tienen derecho a invertir y revertir -o «desinvertir», como les gusta decir a los seguidores de un cierto club de snobs de las finanzas- su dinero donde y cuando quieran.
Pero si les place jugar con la nostalgia de un sector de la sociedad, es menester que se banquen el dedo que los señala.
La primera imagen corresponde a la situación actual del local de Av. Corrientes 1181, donde funcionó uno de los emblemas de la calle de los teatros. A continuación, la ficha que correspondió a la Confitería/Heladería El Vesuvio y su histórico prestigio. Luego, la crónica que publicó BAE sobre su cierre. Finalmente, la imagen de la prueba de la gran mentira: en octubre de 2021, los carteles que anunciaban su regreso.
Recibimos una estúpida amenaza para no publicar este pequeño ítem, uno de tantos que se engloban en el gran registro del silencioso vaciamiento del patrimonio cultural gastronómico de la Ciudad de Buenos Aires.