En el año 2020, luego de la decisión de llamar «Día de las Infancias» al ahora antiguo «Día del Niño», El secretario Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, Gabriel Lerner, hizo hincapié en que es muy importante que el Estado «acompañe las transformaciones culturales que estamos viviendo». Lerner remarcó la ventaja de que «impulse cambios que colaboren en visibilizar inequidades, y favorezca prácticas más inclusivas”, haciendo referencia al Estado.
A partir de allí, se repite que el cambio se realzó para que no se tome como universal a la denominación masculina.
Quienes defendieron esta trancisión sostienen que siempre existió una concepción androcéntrica. Según Lerner, decir ‘niño’ «no alcanza para representar las experiencias heterogéneas y múltiples de la niñez». Su aregumento al detale asegura que la intención -desde el Estado- es querer nombrar una jornada «en plural», que celebre «a cada chica, chico, chique, gurí, changuito, mitai en guarani, weñi en mapudungun, y sus diversos modos de vivir esta etapa de la vida”.
Aceptamos la inclusión como única forma de establecer un terreno de interacción satisfactoria donde los vínculos interpersonales tengan algún tipo de influencia, para que cada persona transite con plenitud cada una de sus etapas, libre de estigmatizaciones u observaciones injustas por parte de los demás.
Y como pertenecemos al sector de la sociedad que pone atención, cada día, a los factores de inclusión para las personas con discapacidades en todas sus variantes, nos resulta necesario marcar algunos puntos que nos resultan poco contundentes a la hora de prestar atención a la teoría que hoy nos ocupa.
Sin ahondar demasiado, es muy claro que todas las identificaciones, nomenclaturas, formulas lingüísticas y neologismos que han surgido para apuntar a una mayor conciencia inclusiva, pisan con buen paso el terreno de las elecciones o autopercepciones sexuales de las personas pero no las situaciones en las que se encuentran otras que no eligieron la situación en la que están viviendo. Insistiendo en que no profundizaremos demasiado en este detalle, la diferencia presentada nos resulta suficiente para plantear un debate acerca que la reivindicación por motivos de género, también es insuficiente como para asegurar que estamos -conceptuamente- «incluyendo» a todos los que lo necesitan, con una reforma gramatical apenas un poco más abarcativa.
Finalmente, no se puede hacer una conclusión filosófica si no se ha desarrollado ninguna teoría. A propósuto, en el rico idioma español y su lengua castellana, el uso de la expresión Hombre, representa, para todas las escuelas filosóficas desde hace 27 siglos, a los individuos del género humano en su conjunto cuando se hace referencia -específicamente- a su pensamiento, su conducta y su devenir. El hombre (codificado Hô) indica el global de varones y mujeres. Confundir el concepto de hombre con el de varón, no es un problema de quienes tenemos claro que durante toda nuestra vida nos expresamos con las palabras que corresponden, sin por ello dejar de abrir caminos a las inclusiones de verdad, concretas, de carne y hueso, con respeto y sin la necesidad de tener que aplicar fórmulas forzadas de lenguaje para recién empezar a sentirnos que somos inclusivos, solidarios, integradores, fraternales, sororas o gambas.
A los chicos y chicas que viven su infancia decirles «Feliz Día del Niño» los hace protagonistas. Por supuesto que no nos cuesta nada decirles la volátil frase «Feliz Día de las Infancias». Pero creemos que no era necesario tanto alarde en busca de querer demostrar que porque se le presta atención a algunas pequeñas demandas de la sociedad -y que abren polémicas- se está cumpliendo con las necesidades prioritarias, en una tierra en la que hay problemas tan graves