• Diario 5 -Buenos Aires, martes 5 de noviembre de 2024

Al Ejército Argentino le encontramos una sinuosa y compleja historia a través de dos siglos. En su día, damos un vistazo a sus glorias, sus miserias y su estado actual:

Las armas a nivel oficial tienen sus raíces en la era colonial española, con el establecimiento de milicias locales para defender la región. Después de la independencia 1816, el Ejército Argentino se formó oficialmente y desempeñó un papel crucial en el proceso de construcción nacional del país.

Los militares argentinos se han visto involucrados en diversos conflictos y guerras, la mayoría de ellas fratricidas. No obstante, uno de los conflictos notables fue la Guerra de la Independencia, durante la cual las nuestras fuerzas argentinas lucharon contra los realistas españoles.

Lamentablemente, el Ejército Argentino comenzó a perder su brillo al formar parte de la ultra destructiva guerra que durante más de medio siglo desarmó todas las posibilidades argentinas de formar parte, de verdad, de ser un país serio: la contienda entre unitarios y federales. Esa mierda, que -según los libros de historia- terminó en 1853, al sancionarse la Constitución, contagió el porvenir nacional, criando vengativos y poco pensantes herederos. centenares de oficiales surgidos del Colegio Militar de la Nación, de un lado y del otro del tácito trazado divisor (hoy, «grieta») juraron falsamente por la Patria entre 1870 y 1970, cuando lo que, en realidad, terminaron demostrando fue que defendieron intereses de todo tipo, abusando de la posición que la República Argentina les había confiado y del inconmensurable poder que eso implicaba.

El ejército también participó en la exasperantemente estúpida guerra Cisplatina contra el Brasil y de la vergonzante contienda de la Triple Alianza contra el Paraguay, junto al Brasil y el Uruguay, en la que todos los países implicados, de ambos bandos, cometieron errores y traiciones imperdonables.

En el siglo XX, el Ejército Argentino experimentó períodos de gobierno militar y agitación política, imponiendo su supremacía de fuerza, incluso sobre sus propios compatriotas. En medio de un desarrollo que pudo haber llevado al país a un posicionamiento internacional significativo y de cohesión, se transformó en el brazo armado de un sector que no podía soportar las decisiones de gobiernos que elegidos por la mayoría. Ese vicio adquirido el 6 de septiembre de 1930, con el golpe contra el presidente Hipólito Yrigoyen, fue creciendo hasta el punto de que el pueblo entero sintiera que un militar, cualquiera sea y en cualquier ciudad de país, podía transformarse en verdugo sin más ni más,  por el sólo hecho de que, tierra adentro, ellos siempre encontraban enemigos.

La mayoría de la sociedad argentina, en la que se incluía la casi totalidad de los hombres y mujeres de bien, dedicados a participar de la educación, las ciencias, la salud, las artes, las industrias de todas las medidas, el respeto a todos los derechos del resto de los ciudadanos, de las familias y de las instituciones, entendía que los miembros de sus Fuerzas Armadas eran los herederos legítimos de los hombres que habían construido la Nación.

Los argentinos, como costumbre generalizada, acudían a los desfiles militares y estaban atentos a cuanto hecho resultase trascendente en el país que involucrara a los militares. El país entendía que su ejército participaba con alta dignidad en el desarrollo de la búsqueda, exploración y explotación de petróleo, minería y gas. Confiaba plenamente en que la ingeniería militar podía ser parte de la construcción de puentes, pasos fronterizos, trazados de caminos complejos en las montañas, los desiertos y los anegadizos inundables.

Los militares promovieron la cultura del Servicio Militar Obligatorio como una entrega generosa, productiva y enaltecedora por parte de los jóvenes que daban su tiempo al estado, a cambio de una formación que les brindaría armas, no sólo para la eventual defensa de la Patria, sino para desempeñarse en la vida partir de un crecimiento personal extraordinario y que no se conseguía en colegios, universidades ni empleos de ningún tipo.

La inserción de elementos de la cultura militar en la educación de los argentinos, durante los primeros 80 años del Siglo XX, fue contundente: desde los lineamientos trazados por Bartolomé Mitre para el estudio de nuestra propia historia, hasta los entretenimientos publicados en las revistas infantiles como Billiken, el concepto militar ocupó un lugar preponderante en los diversos aprendizajes que enfrentaban alumnos de escuelas primarias y secuundarias de todo el país.

Cuando llegó el golpe militar de 1943, que condujo al ascenso al poder de Juan Perón, muchos oficiales se dividieron secretamente, de tal modo que cuando llegó la hora de volver a realizar un Golpe de Estado -esta vez contra el propio Perón- las conspiraciones crecieron hasta convertirse en un deporte para cualquier ciudadano que ingresara a la arena política, donde el ejército y sus camaradas de la Armada y la Fuerza Aérea siempre estaban presentes.

A propósito de Perón, el último momento en que se vio al ejército al lado del pueblo y hasta con apariencias de estar de su lado, fue en las calles aledañas al Congreso Nacional, donde se realizó el extenso velatorio al presidente fallecido. Patrullas del Ejército Argentino repartían mate cocido a las personas que hicieron las dos filas más largas de las que se tiene memoria en la Ciudad de Buenos Aires.

Hasta que llegó 1976. Tras un golpe incruento, el ejército ya gobernante también desempeñó un papel central en la polémicamente identificada Guerra Sucia, en la que, llevados por la ceguera de creer que una guerrilla podía combatirse de cualquier manera dentro del propio territorio nacional, las Fuerza Armadas cayeron en la flagrante decisión de iniciar un período de terrorismo de estado caracterizado por abusos a los derechos humanos y represión política, sin asumir el costo de que a la población se le informara con la verdad y a tiempo.

El mazazo que sintió el argentino generó una herida que no termina de cerrar, al comprobar que los militares se adentraron codiciosa  e irresponsablemente en la aventura de bastardear una joya sagrada de patriotismo. Es importante aclarar que la cultura argentina, al 2 de abril de 1982, no estaba, ni mínimamente, malvinizada. Pocos tenían la conciencia y el conocimiento de lo que significaban las islas, su historia individual cargada de antecedentes y su vínculo no  tan conflictivo con el continente.

La toma de las Islas Malvinas, su consecuente guerra y la debacle final dejaron para siempre al país en una posición internacional más que incómoda. El país todo fue cayendo en la cuenta de que había estaba gobernado por una generación de militares insolentes con la dignidad que su profesión les exigía. Primero, habían cambiado los términos de relato público, llevando sus operaciones de represión a las organizaciones guerrilleras al grado de «guerra contra la subversión». Y luego, cuando fueron a reconquistar una tierra nuestra -para que los aplaudamos- y se vieron en una guerra en serio, demostraron tener muchísimo menos valor e inteligencia estratégica que los mismísimos jóvenes compatriotas que ellos enviaron al frente y a quienes, hoy, se los considera Héroes de Malvinas.

Los juicios a las Juntas Militares por la represión ilegal y a los carapintadas que protagonizaron los levantamientos durante los gobiernos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem y el fin del Servicio Militar Obligatorio, tras la muerte en un cuartel del soldado Carrasco en un Regimiento de Neuquén, no hicieron más que sincerar una situación de la que nadie tiene la verdad absoluta en cuanto a conocer en qué período estamos respecto del vínculo entre los militares y la sociedad argentina

Hoy, el Ejército Argentino opera como principal factor de garantizar la defensa nacional. En cuanto a mantener la seguridad interna hay un debate latente que, probablemente, pase a la categoría de oficial en los próximos años, especialmente ante el destructivo flagelo de los efectos del narcotráfico y el consumo de estupefacientes por parte de muchos jóvenes que no encuentran salida ala marginalidad y la pobreza. En cuanto a brindar asistencia humanitaria cuando es necesario, el Ejército Argentino dice presente dondequiera que se lo convoque.

Como tantos ejércitos del mundo, atraviesa transformaciones y modernizaciones. Mejorar sus capacidades, formación del personal profesional y equipos es parte de su objetivo. El presupuesto militar argentino debe formar parte de un debate permanente en los gobiernos de nuestro país. Por supuesto, es válido que nuestras Fuerzas Armadas participen en misiones internacionales de mantenimiento de la paz y en ejercicios conjuntos con otras naciones para promover la cooperación y la interoperabilidad, dando el presente en los esfuerzos de socorro en casos de desastres naturales y la prestación de asistencia durante emergencias, tanto dentro de la Argentina como a favor de otros países de la región..



 

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