El futuro de las estructuras laboral, institucional, económica, comercial, educativa, social, tecnológica, sanitaria y alimenticia se decidió en las urnas hace exactamente 50 años. Ese futuro que se definía en el cuarto oscuro el 11 de marzo de 1973, es el cuadro de la vida actual de la Argentina.
La del 11 de marzo de 1973 fue una gran decisión. Inmensa. Y hubo que bancarla. Pero no la bancaron todos. Los peronistas históricos, que habían conocido en los años ’40s, al líder que manejaba los engranajes de un país que se presentaba como un paraíso ante un mundo diezmado por las guerras y que le procuraba beneficios en términos de trabajo a la población más humilde, respaldado en una balanza comercial favorable y nunca repetida, fogoneaban un retorno que se presentaba como justificable.
La decisión tomada en las urnas por parte del pueblo argentino el 11 de marzo de 1973 fue por un cambio de historia. Había preparación cívica y un alto porcentual de trabajadores formados en la educación media o, en todo caso, el nivel educativo alcanzado por sus hijos podía habilitar una bastante clara visión política a la mayoría de los jóvenes. Existía, a entender de los académicos de entonces, un eje de comprensión de la realidad que la real mayoría en la Argentina demostraba tener, debido a una importante supuesta conciencia política y de la cual los propios argentinos nos jactábamos. Por eso, la casi totalidad de los adultos tenía en claro que estábamos ante las puertas de una informalidad política que podía significar el inicio de tiempos inciertos y peligrosos.
Sin embargo, a pesar de que intuición natural basada en la solidez de la conciencia de la realidad que tenía la población argentina en general, existían aristas y rincones de la vida política cuya comprensión estaba vedada a buena parte de los argentinos: el motivo y la esencia de la lucha armada, que se veía en crecimiento desde el golpe de estado de 1966 al entonces Presidente Illia.
En la fecha de la que hoy se cumplen 50 años, sin importar a quien votó cada una de esas personas atentas al sostén de la vida de una sociedad basada en las instituciones, esta gente sabía o, por lo menos, intuía que ingresábamos en una pendiente de la que probablemente resultaría complejo hallar un freno para tal rodada cuesta abajo.
De todas todo el nivel dirigencial del país, personas absolutamente bien formadas para el discernimiento en las cuestiones republicanas, el primero en entender lo difícil que se nos venía encima se llamó Juan domingo Perón. Tras 18 años de exilio y proscripción, su agrupación política recuperaba el poder y -a pesar de la imposibilidad de participar en las elecciones de aquel 11 de marzo- Perón entendía que poco faltaba para que él mismo ocupara una vez más la primera magistratura.
Para el Gral Alejandro Agustín Lanusse, aquel domingo que sería una fiesta popular de aparente lejanía a sus gustos, nada le era ajeno ni tan definitivo. La fecha elegida para los comicios resultó un regalo de cumpleaños para su hijo Marcos, quien, poco tiempo antes, había sufrido un accidente automovilístico que lo dejó discapacitado.
Ese domingo, 11 de marzo, con el entusiasmo que transmitían quienes habían vivido los tiempos iniciales del peronismo en 1945, la población se volcó masivamente a votar a Héctor Cámpora, el candidato que Juan Perón había elegido para representar a su movimiento. Perón, de 77 años, tenía todo clarísimo: si bien el pueblo pidió por su regreso durante los dieciocho años que duró su exilio, tomando también en cuenta su dolor personal por el golpe de estado que lo dejó fuera del poder en 1955, él sabía que su regreso era la mejor y más clara alternativa para cumplir una misión que muy pocos conocían, algunos imaginaron y varios adivinaron: como para el argentino medio en general, las organizaciones armadas, que habían demostrado con algunos hechos que empatizaban con buena parte del pueblo, era necesario poner en blanco sobre negro los focos del poder y que la sociedad lo notara.
El día en que se descubrió el pacto entre Henry Kissinger, Juan domingo Perón y el General Alejandro Lanusse, la revista Gente público algunos detalles pero nada más. Este pacto tripartito consistió en el complemento del encuentro entre lanussistas y peronistas que ya habían tenido en oportunidad del regreso de Perón el 17 de noviembre 1972 y cuyo negociador principal por parte del peronismo fue Juan Manuel Abal Medina.
Lanusse y Perón, que jugaban a un ajedrez político por lo menos desde 1970, estaban absolutamente de acuerdo en que la sociedad se encontraba confundida por la simpatía que despertaban algunos grupos guerrilleros en buena parte de la sociedad no militante. No había necesidad de encontrar más motivos para un encuentro entre los representantes de ambos líderes y del que a los Estados Unidos se le caía la baba por participar.
El pacto existió y todos cumplieron su parte.
El rol del General Lanusse, más allá de la proscripción directa para que Perón no participara de las elecciones del 11 de marzo, consistía en de proteger a Perón en todo momento desde su llegada en 1972 e incluso en movimientos internacionales de algunos dirigentes peronistas que participaban de encuentros, congresos y reuniones de importancia geopolítica que podían darle un buen posicionamiento en Argentina. Ahí es donde entraron los Estados Unidos, que planificaron varias opciones de beneficios comerciales a favor de la Argentina, cuando la señalaron como una nación líder regional en el desestímulo de futuras tendencias socialistas que complicaran sus intereses.
Finalmente, el rol de Perón en el pacto se cumplió el famoso 1º de mayo de 1974, al pronunciar las famosas frases «esos estúpidos que gritan, son imberbes» y la que aludió a un grupo de los militantes que lo hostigaban con cánticos de izquierda* como «esos infiltrados que trabajan adentro y que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan de afuera, sin contar que la mayoría de ellos son mercenarios al servicio del dinero extranjero«.
Ese día, el ex presidente Lanusse, mirando el televisor, se levantó del sofá, encendió un cigarrillo, tomó el teléfono y llamó a uno de sus más estrechos colaboradores durante su gobierno y que luego sería desaparecido durante la dictadura del 76. Edgardo Sajón, recordado secretario de Información Pública, contagiado por la emoción de su viejo jefe le expresó un: «Cumplimos, general. De ahora en más, el pueblo argentino va a saber quién es quién en la política. Es como una operación de cataratas… Ahora todo se ve más claro».