El cambio de rumbo que tomó el discurso del presidente Fernández frente a la Asamblea Legislativa, para evitar el ninguneo de su propia tropa, abrió una de las polémicas más complejas de la vida institucional del país en toda su historia: ¿era necesario atacar verbalmente a los miembros de la Corte Suprema, que habían sido invitados a presenciar la apertura de Sesiones Ordinarias del Congreso Nacional? La inusitada forma de demostrar que está en campaña, hizo caer al jefe de Estado en una jugada traicionera con la que superó todo formato conocido de chicana gratuita.
La teoría, las tradiciones y la lógica democrática indican que el presidente de la Argentina está obligado por la Constitución a abrir sesiones ordinarias del Congreso Nacional cada año, generalmente durante el mes de marzo. También, que durante este discurso anual, el presidente presenta un informe sobre el estado del país y las políticas que su gobierno espera implementar en el año en curso.
En la sesión de apertura, el mandatario suele hablar sobre temas de interés nacional, incluyendo la economía, la educación, la salud, la seguridad, la justicia, los derechos humanos y la política exterior. También puede mencionar los logros y desafíos del gobierno del año anterior.
El discurso del presidente en las sesiones ordinarias del Congreso es una oportunidad importante para que el gobierno presente su agenda política y para que los miembros del Congreso expresen sus opiniones y preocupaciones. Después del discurso, se abre un debate en el Congreso donde los legisladores pueden hacer preguntas y discutir los temas mencionados por el presidente.
En resumen, las sesiones ordinarias del Congreso son un momento crucial para el gobierno y la política argentina, y el discurso del presidente durante la apertura de la sesión puede ser un indicador importante de la dirección del país en el futuro cercano.
Perdimos otra oportunidad.
A minutos de comenzar el acto, el Congreso era puro hielo. Fernández no podía soportarlo y lo puso al rojo. Al pedo.