La suciedad «dominguera» de la Ciudad de Buenos Aires no tiene límites y es parte de los imposibles objetivos de convivencia satisfactoria, dada la dispar proporción entre personas sin el más mínimo interés en vivir en un ámbito agradable y las que sí lo tienen.
El resultado de la amalgama de esquivos a su propio desarrollo con ruta a la dignidad y quienes demuestran su feliz vocación de respeto social, es que las pertenecientes al primer grupo presentan una supremacía numérica que -entre otros resultados invariablemente olvidables- se refleja en el extremo de porquería urbana en la que se transforman muchos barrios porteños y de todo el AMBA.
El dantesco escenario de toneladas de basura descontroladamente expandida por aceras, veredas y hasta umbrales, se exacerba metódicamente cada tarde de domingo y se extiende hasta la hora en que comienzan a trabajar los barrenderos y los otros equipos de limpieza.