¿Qué habría sucedido si estos inservibles hubieran sido menores de edad?
La respuesta es tenebrosa y por eso la evitamos.
¿Acaso este octeto de putos*, de 20 años de edad, aprendió a patotear cobardemente en apenas los últimos dos años? ¿estamos seguros de que cuando tenían 17 años eran nenes buenitos, hasta el día en que cumplieron los 18?
¿Por qué unimos este caso con el problema que generan los asesinos menores de edad?
Porque es ultra necesario.
Para que en la Argentina y en el mundo entero, la justicia tenga mayores certezas acerca de cómo deben pagarse ciertos crímenes, debe asociarse la condición de progenitores de un ser humano a padre, madre, tutores, padres adoptivos y a todos los que -según las nuevas normativas- corresponda responsabilizar por los actos de un menor.
Sólo el delito de un chico que vive a la deriva y sin familia podría dar como resultado un juicio imposible de punir para un mayor. Los Códigos Civil y Penal deben amalgamarse en un ley que desde el primer día de la vida de un ser humano, al menos una persona mayor se hace cargo de los actos del ester nuevo habitante del planeta, hasta que cumple los 18 años. Y si la pena a su padre o madre excede la fecha en que el delincuente pasa a convertirse en mayor, de establecerá una deliberación frente a la justicia, en una suerte de «pacto regulado de reparto del castigo», en el que ambos, progenitor y responsable deberán dirimir de qué manera se termina de pagar la condena por el delito cometido por el/la ahora mayor de edad.
No hay otra forma, si lo que queremos es que los crímenes se paguen y vemos que -cada vez más- hay gente que envía a sus hijos menores a cometerlos.
Con esto, os queda claro y clarísimo el paquete de responsabilidades de los padres de los pateadores de cabeza, asquerosos simuladores de novelas de gángsters que ni siquiera comnocen porque no saben ni leer, se presentan ante el tribunal que los juzga con la apariencia de estar dispuestos sostener un supuestamente férreo código mafioso, para no desequilibrar entre ellos la responsabilidad de los hechos, salga como salga el juicio.
El juramento es absolutamente perecedero, ya que los testigos comienzan a coincidir en que cinco de los ocho acusados podrían ser «más alevosos que el resto». De manera que, en caso de quedar un camino abierto para que tres de estos cacas consiga una pena menor que la de perpetua que se le viene a la mayoría del grupo, ni estos tres «alivianables», ni sus padres, ni los abogados que aparecerán para salirse de la estrategia en bloque planteada por el payasesco defensor que los patrocina, van a desaprovechar semejante oportunidad a cambio de mantener el estúpido pacto que -aparte de reconfirmar la criminalidad modo piraña- habla de que los más complicados en el caso arrastran a otros a no licuar el carísimo precio a pagar que se les avecina.
El abogado «comunitario» que tienen. por ahora gritonea ridículamente en la sala de audiencias y hasta pega golpes en la mesa procurando demostrar vaya a saber que tipo de «injusticia» podría comprobarse en el proceso que se lleva adelante.
También es importante que a los trogloditas acusados del crimen de Fernando Báez Sosa, se los deje de llamar los «rugbiers», porque también está comprobado que son apenas unos torpes con fisicacho visible que se largaron a un campo a correr tras una guinda sin tener demasiada idea de ese deporte. Múltiples testimonios zarateños aseguran que se trata de un rejunte y que -encima- son malísimos jugando al rugby.
La esencia de la amistad de este putaje está basada en la nada misma, es decir, imponerse a otros en su diversión berreta de sábado a la noche, emborracharse para animarse a hacer en patota las cosas para las que jamás tuvieron huevos, en su insignificante vida de boliche, al que van (iban) para ver si le ganan una minita a aquellos a quienes no podrían ganarles a nada.
Hemos presentado una teoría que asocia de manera directa la conducta de los criminales de hecho con la guía que en la vida les fueron dando sus padres.
A pocos días del crímen cometido por su hijo pateador de mandíbulas Máximo, el señor Marcial Thomsen ensayó, cínicamente, una suerte de «teoría de las dos víctimas», argumentando que su familia también sufre. Pues bien, señor Thomsen: si se cumpliera con justo equilibrio la puesta en valor de la teoría presentada, Usted habría quedado en libertad por muy poco, ya que su vástago alcanzó justo a hacerse mayor de edad un año y pico antes de llevar adelante la obra plasmada junto a sus sus amiguitos de Zárate. El poco tiempo de diferencia entre el cumpleaños número 18 de su hijo y el fatídico día de enero de 2020 en Villa Gesell, lo dejan a Usted muy cerca de ser considerado un criminal.
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