Hipólito Yrigoyen fue el primer presidente popular de la Argentina. Fue víctima del Golpe de Estado con acción militar, que el 6 de septiembre de 1930 abrió una serie de hechos similares y que -sucesivamente- fueron in crescendo hasta provocar que cada vez que los militares violaran la Constitución Nacional e intervinieran el gobierno, se produjera un baño de sangre en la Argentina que, con el último de estos asaltos a la institucionalidad, perpetrado 46 años más tarde, llegó a límites de criminalidad insospechados, en el que el Estado se adueñaría de la vida de las personas, eligiendo quién podía conservarla y quién no.
Yrigoyen nació en Buenos Aires en 1852. Antes de su presidencia, luchó por elecciones libres y lideró la Unión Cívica Radical. En 1916, Yrigoyen fue elegido presidente.
Don Hipólito alcanzó un amplio poder político y fue el primero en enfrenta a los gobernadores que confundían la estructura federal de la República con feudos familiares y personales.
Entre 1922 y 1928, Yrigoyen se mantuvo al margen de la política mientras Marcelo T. de Alvear se desempeñaba como presidente. En 1928, Yrigoyen fue reelegido presidente. El efecto de la Gran Depresión que barrió con la economñia norteamericana, en Argentina aumentó las tensiones en todo el país. En 1930, un golpe de estado lo derrocó. Hubo incontables denuncias de corrupción contra él y su gobierno pero algo resultó devastador contra la calumnia: El «peludo» quedó y murió pobre
El régimen del indigno general José Félix Uriburu lo encarceló y debió soportar humillaciones de todo tipo en un encarcelamiento político y arbitrario que, teniendo una edad avanzada, lo llevó -obviamente- a la muerte.
Murió durante la primera de las tres presidencias que conformaron la llamada «Década Infame», con Agustín P Justo (injusto) a la cabeza, quien le ofreció a la familia Yrigoyen un funeral de Estado. Con toda lógica, la propuesta fue rechazada por tratarse uno de los actos de hipocresía más ostentosos de a vida política argentina
Como la memoria es un valor que debe retroalimentarse, vale la pena refrescar la posición gardeliana del 6 de septiembre de 1930. No es la primera vez que se comprueba que talentos inconmensurables pueden convivir con intencionalidades macabras, dentro de una misma persona.