Es una secuencia de la historia más arcaica del mundo. Y lo es, porque el problema no son las convicciones de nadie sino los egos de los protagonistas. De todos ellos
Ya ni siquiera es ideológico.
Si el problema de la Argentina fuera ideológico, o Cristina Kirchner o Mauricio Macri, Alberto Fernández u Horacio Rodriguez Larreta, Patricia Bullrich o Máximo Kirchner, Hugo Moyano o Javier Milei tendrían razón en -por lo menos y aunque sea- la mitad de las cosas que cada uno de ellos piensa.
Ninguno de esta troupe lo logra.
Un círculo vicioso domina las pulsiones de la inmensa mayoría de los dirigentes de la generación pos 2001: al principio, aparentan manejarse con una inteligente combinación de su intuición más la guía de procedimiento de su juramentada inclinación política. Hasta que -siempre hay un motivo- pasan a imponer sólo uno de los dos componentes de esa fórmula. Y lo hacen por alguno de los múltiples motivos que suelen azotar a todo maratonista de la política argenta.
Los ejemplos son varios.
Se destacan la rosca politiquera por temas menores, el panquequismo, la tentación de hegemonía, cierta incompletud en la vocación real de servicio y gran tendencia al disimulo al descubrir sus propias ignorancias. Los resultados posibles son dos: pecar hasta el rechazo por fanatismo dogmático o pecar hasta el papelón por soberbia personal.
Los aquí nombrados -y otros tantos que les compiten en sus falencias- saldrán hoy a vociferar, ante pares y dispares, sus épicas máximas precedidas de fanfarrias sobre la dignidad del trabajo y del trabajador, sus luchas, logros y futuras metas.
La hipocresía es exasperante.
Hablábamos de egos y está confirmado. Lo de hoy será un nuevo y revelador festival de las más altas expresiones de la autoestima. Nuevo, porque -a pesar de todo- año tras año, la esperanza de muchos de los verdaderos trabajadores se renueva cuando escuchan los discursos de estos indignos. Y es revelador, porque no hay camiseta partidaria, empresaria o sindical que se conserve limpia en la historia de la vida laboral en la Argentina: desde grandes traidores a los intereses mayores, hasta corruptitos en puestos nada despreciados de la feria política, todos le aportaron alguna chancha mancha a su camiseta.
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