A 35 años de aquel Domingo de Pascuas, en el que todas la dirigencia política se unió para fortalecer nuestro sistema de convivencia, gobierno y normativas, comprobamos que en 2022 no hay posibilidad alguna de obtener esa actitud en sus herederos.
Todos sabemos que no es comparable un tiempo con otro. O casi todos. Procurando dejar algo a favor de los tiempos políticos que corren, desde algún sector se la pasan comparando al gobierno de Alfonsín con los trogloditas tiempos de Fernández. De los Fernández. De todos los Fernández involucrados.
No sólo es una falta de respecto, sino que es un acto de traición a los dirigentes peronistas que comprendieron, en 1987, que la defensa de las instituciones democráticas estaban por encima de las luchas partidarias. Es invariablemente en vano salir a buscar un dirigente con ese espíritu, en la generación actual de la política activa.
Esa imposibilidad de hallar a quien pudiera ser lo suficientemente capacitado y generoso como para sacrificar sus ambiciones personales a favor de los intereses de la nación, es cuadro certero en el macrismo, en el kirchnerismo, en los peronismos y radicalismos «tradicionales», en las izquierdas que se diferencian unas de las otras de modo infantil y en cada uno de los bunkers de lanzamiento de tantos nenes de mamá destinados a dar señales políticas a la clase alta.
Aún podemos desearnos Felices Pascuas.
Pero la casa no está ni mínimamente en orden.
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