Le dedicamos todos nuestros 2 de abril. Tienen nuestro corazón. Y a tantos y tantos -incontablemente- se les escucha decir «es un sentimiento».
Pero el baño de realismo no suele ser el más habitual entre los argentinos. Por eso la pregunta más importante que flota sobre la justa y honorable reivindicación de nuestros derechos sobre las Islas Malvinas, nadie se la hace de manera pública:
¿Qué haríamos, hoy, si -por obra y gracia de una causa desconocida con efecto favorable- recuperáramos las Malvinas?
Alto! Prohibido responder al vuelo.
Todo debe ser tomado en cuenta. Especialmente loa animadversión de los isleños para con la Argentina. Para nosotros, aquel 2 de abril fuimos por algo que entendemos como nuestro. Para ellos, invadimos su tierra sin un motivo mayor que lo justifique. Así y todo, tras la guerra, los malvinenses, relegados por la corona como campesinos desmembrados del imperio, pasaron a ser mucho mejor considerados, tan en el rango ciudadano, como en el ingreso per cápita.
Volviendo a poner el foco sobre nosotros mismos, somos una nación en un ritmo de decrecimiento tan acelerado que cualquiera en el mundo que conoce algo de números y de pautas de desarrollo, se da cuenta de que el declive argentino va tomando rumbo al estancamiento definitivo en el orden económico y al paulatino descontrol en casi el resto los factores.
Al ser un país en el que ya nadie -y sin excepción- sabe hacer política sin intentar demostrarle a electorado que su rival es un hijo de puta, sería insultante que algún dirigente nos dijera que tiene un plan para «integrar» a nuestra Nación a la gente de un territorio que no tiene la más mínima intención de vincularse con nosotros, porque nosotros jamás les daríamos a ellos algo mejor que tienen. Y no sólo actualmente, sino desde siempre.
Más allá de que siempre hay tilingos compradores de humo, a muchos de nosotros no nos gusta que nos impongan, culturalmente, lo que aotros les parece bueno, lindo o beneficioso. Con los demás, pasa lo mismo. Ellos son otra cultura.
Aclarada una parte de lo que les corresponde a «los otros» en este entuerto, bien podríamos considerar que lo que nos pertenece es la tierra, es decir, las islas propiamente dichas, más allá de lo que opinen, sientan o consideren los isleños. Bien. En ese caso, tenemos la plena certeza de que todo lo que ocurra con la administración de las Malvinas no logrará -de ninguna manera y bajo ningún aspecto- diferenciarse de lo que se suele ver a nivel nacional argentino, en gobernaciones de provincia argentinas, en municipios de pueblos de la República Argentina, en empresas estatal -e incluso, privadas- de la Argentina, en entes nacionales argentino y binacionales donde administradores argentinos establecen su criterio y siguen las firmas.
Efectivamente, las Malvinas son argentinas… en el sentimiento y el deseo del pueblo. Pero cuidado, en realidad, aún no lo son. Entonces cabe la pregunta del medio millón:
¿Podría un gobierno argentino del Siglo XXI en las la Islas Malvinas, disparar una ráfaga de madurez y responsabilidad políticas en la clase dirigente de nuestro país, de tal modo que -ante un obligado nuevo modelo de administración- en el continente se contagien de acciones que realmente beneficien a la población? Digamos: cero corrupción, bajo nivel de chicana y no hacer clientelismo transfiriendo los valores institucionales a la caja politiquera, todo por el sólo hecho de que lo que se está gobernando son las Islas Malvinas, un supuesto sentimiento de oro para los argentinos.
¿A quién se le podría ocurrir semejante inocentada?
El primer efecto real sería (y no tan diferente de lo ocurrido en los 72 días que duró el gobierno del general Menéndez, en 1982) que en el territorio continental se transmitiría un mensaje de alto sentimiento patriótico rayano en la euforia, mientras que en las Islas Malvinas se dispararían negociados corruptos por el petróleo y el abastecimiento. Aparte, se cocinaría una melasa pegajosa en los medios de comunicación, procurando establecer algún método de «seducción a los isleños», en los que no faltarán los descolocados que harían contacto directo con habitantes de Puerto Argentino a través de notas pagas, nombrando a los malvinenses como «hermanos».
Usando un sólo ejemplo de lo que cambió la guerra, encontramos el vínculo que durante décadas mantuvo la Provincia de Santa Cruz con las Islas Malvinas en temas de comunicaciones y transporte fue fluido y valioso.
Después de la guerra, Chile y Uruguay pasaron a ser para los isleños su puente al mundo.
En los 90′, el «paraguas» para no tratar con Inglaterra el tema de la soberanía sobre las Islas y buscar caminos para retomar el viejo vínculo entre ambas naciones, sólo sirvió para iniciar un procesito de desmalvinización de la sociedad argentina, siempre bien predispuesta a darle la espalda a lo complejo, tedioso y comprometedor.
Si hubiera hoy, con la generación dirigencial argentina de 2022 (el Pro, los peronismos varios, Juntos el Cambio, la Cámpora, las agrupaciones sociales, los radicales sueltos, los cien liberalismos y las mil izquierdas) un gobierno argentino en Malvinas, se arruinaría el sentimiento nacionalista por ellas.
Soñar no cuesta nada. Lo costoso es hacernos cargo de nuestros sueños, si se nos hicieran realidad.
Hoy, por lo único que las Islas Malvinas son importantes, es por nuestros muertos allí en combate, por los que perdieron la vida en el hundimiento del Crucero General Belgrano y por el honor de quienes aún están con nosotros y nos cuentan el horror al que los enviaron.
Basta del infantilismo hipócrita, con disfraz nacionalista, de creer que el liberalismo argentino va a ir a enseñarles finanzas a los isleños y que el kirchnerismo les prometerá políticas sociales. Mientras tanto, a pura grieta, se iría construyendo el conurbano de Puerto Argentino donde se pelearán los votos.
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