La sociedad no se merece que el Estado juegue con ella.
Ante la necesidad de viajar en colectivos cuyos chóferes, en su gran gran mayoría encuentran cualquier excusa para humillar al pasajero dejándolo sin viajar, porque -a modo de ejemplo- no se encontraba exactísimamente en la posición de la parada sino a 3 metros de ella, no es gracioso ver un sticker pegado en un poste de estacionamiento, con el número de la línea, indicando que a la empresa de ómnibus y al gobierno no le quedó otra alternativa, porque seguramente para establecer un sistema indicador de paradas de colectivo operativas, de calidad, bien visibles, luminosas y estéticamente agradables, no hay plata.
Las autoridades del transporte en la Argentina, tanto a nivel de la Nación como de todos los distritos del país, incluida la ciudad autónoma, son elegidos por el presidente de la Nación, los gobernadores o el Jefe de Gobierno de la Ciudad, asegurándose sin margen para equivocarse, de hallar a una persona bien carente de la sensibilidad que pueda complicar los presupuestos de Estado. Dado que el transporte público es sinónimo de calidad de vida, jamás la Argentina alcanzará la jerarquía de los ómnibus, trenes, metros y transportines que se pueden observar en los países donde los dirigentes quieren a su gente.
Encontrar una calcomanía en el firme poste que sostiene la canchera chapa indicadora de los detalles que los automovilistas deben conocer acerca del estacionamiento, sus horarios, dirección y teléfono de la playa de infractores, es una humillación.
Una humillación, como tantas otras, referidas a lo mismo.
En otras palabras, las señales destinadas a los automovilistas son claras, bien visibles e instaladas con herrería resistente y chapas de gran calidad, resistentes a las tormentas, al óxido y a los vandalismos.
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