El símbolo de ubicar las piedras que homenajeaban a los muertos por el Covid fue un gesto de jerarquía comunitaria. Redondeó una idea válida para la proyección de pretender dar seriedad a las cosas serias. No conformó un hecho ideológico. Pero para un cierto grupo de confundidos, no sólo sí lo fue, sino que los más radicalizados entendieron que tal cosa ameritaba una réplica: ir y sacarlas.
Como muchas personas de extracción kirchnerista, estaban de acuerdo con identificar a sus familiares fallecidos con las piedras, nos queda, entonces, haciendo un análisis de trazo grueso, bien a la argentina, que quienes fueron a reventar el pequeño reducto de recordación de nuestro pasado reciente, responden exclusivamente al presidente Fernández. Demasiada cola de paja. Hay decenas de argumentos que dejan en claro que el provisional mausoleo se habría armado con cualquier gobierno. El problema que tiene el actual es que tiene entre ceja y ceja tanto al macrismo como a las otras agrupaciones de la oposición y hasta detesta a la mismísima Cámpora.
Provisoria, por supuesto -ya habrá algo más importante para eso- la reunión de piedras en Plaza de Mayo
La inmadurez del contemporáneo que se encargó de arrancar las imágenes adheridas al monumento a Belgrano no la iguala ni un barrabrava cantando puteadas contra su club rival.
La desesperación que se observa en los que están acostumbrados a ganar y pierden, deja la sensación de que jamás deberían participar de la competencia, porque el sufrimiento les puede provocar grandes daños, incluso mortales. Sólo son sensaciones. Pero hay algo que debemos enfocar sin perder de vista: el caso de la agrupación política que gobierna, no es que «esté acostumbrada» a ganar. Es diferente: ellos sienten que «no deben perder». Todos, casi sin excepción, lo sienten así, aunque presenten variantes del motivo que los inclina a esa «sufrida» voluntad.
Estamos ante la bandería que pasó por todas y cada una de las estaciones ideológicas, sin que se les moviera un pelo y siempre justificando cada acción. En lo 90′ al peronismo gobernante, cuando se transformó en neoliberal (no les gusta mucho recordarlo tan crudamente), se le escuchaba decir y repetir una de las más payasescas formas de «liberarse de culpas»: «son las medidas que hoy habría tomado el General Perón».
Hay dogmáticos que entienden que cuando el peronismo pierde, pierde el pueblo. Echan por tierra toda posibilidad de otra agrupación política pueda atender las necesidades de los pobres y de los marginados. Consideran que lo único que benefició a las personas de menores recursos fueron las máquinas de coser entregadas por Evita, la promulgación por parte de Juan Perón de la leyes laborales
Aún hoy, en actitud infantil y excluyente, algunos de los más viejos aún sacan sus celosos dientes cuando se les recuerda que toda la legislación laboral con la que el líder construyó la famosa «columna vertebral del movimiento» fue ideada, redactada y pulida por el socialista Alfredo Palacios. Ni qué decir cuando se les recuerda que en la campaña de 1983, para enfrentar a un titán político como Raúl Alfonsín, no tenían un candidato que -por lo menos- pareciera peronista, en alusión a la parquedad de Italo Luder.
Hay otros, que se preocupan porque al perder siendo gobierno, no están preparados para la negociación necesaria a cada paso, en las gestiones del Poder.
El peronismo sin Perón, una seudo estructura partidaria apenas útil para dar rampa hacia el rodaje político a cualquiera que se anota en sus filas, mientras defiende las sucesivas y aleatorias señales de rumbo que puede marcar el lider de turno, viene desmembrando a la Argentina desde 1974, al utilizar el nombre del General y de Evita, para que se le cuadre la militancia, de modo de poder seguir probando diferentes fórmulas en pos del gran sueño del Poder hegemónico.