Más presentes que nunca. Así están los combatientes de Malvinas. Los soldados. Y de la mano de ellos, puede haber algún reconocimiento a los mandos medios. Aquí hay grieta. Y grande. Hay una fuerte división, con casi un pueblo íntegro del lado de los soldados y enfrentado a los jefes. Siempre los repudiaremos. Adiós a la manera de escribir la historia como lo hacía Bartolomé Mitre. Antes de edulcorar las biografías, revisión y testimonios.
Verdad, verdad y verdad, manga de traidores.
Y nada de colgarse de esto para hacer política barata. Ni desde el peronismo facilista, ni desde la izquierda necia, ni desde el neofacismo cazabobos, aceptaremos que nadie se cuelgue fasamente ninguna medalla.
Las Islas Malvinas son importantes. Pero hoy no lo son tanto como el homenaje permanente que merecen los que fueron enviados a defenderlas para que un grupo de malnacidos se salven el culo.
Si bien la hipocresía natural del argentino con poder es inmensa, en 1982 era más grande aún. La asquerosa «chapa» que los jerarcas castrenses exhibían frente a un gran sector de la sociedad que los adoraba, que los halagaba, que los admiraba, que los endiosaba, que se entregaba sumisa y pornográficamente a sus estafas, a sus mentiras y a sus ridículos pavoneos estatutarios, cargados de ínfulas huecas, dejaba siempre la sensación de que estábamos parados ante semidioses mitológicos.
La viciosa tendencia a pretender demostrar al pueblo de a pie, que ellos vivían escalando los montes de la épica, les hizo perder de vista qué y quiénes habitábamos el llano. Era común verlos competir entre sí, para mantener la cadena de su apariencia sanmartiniana, trocando a augusta, napoleónica y tantas veces, hitleriana.
Sólo varones. Siempre voces altisonantes, efectistas, de calibre, ensayadas una y mil veces hasta dar con el tono de autoridad, impostado, impactante, falso.
Cuánta ceguera y en efecto dominó! No hay un precedente en la historia de la humanidad en que el ejercito de una nación se gane el odio de su propio pueblo como ocurrió en la Argentina.
Las Fuerzas Armadas argentinas, a la hora de accionar sus armas, produjeron más bajas de compatriotas que de extranjeros. Y si las cuentas cayeran en una inexactitud, se deberá a la guerra contra el Paraguay, que aún nos avergüenza.
A lo largo de la historia fueron lamentables los múltiples vejámenes cometidos por los grandes imperios y las huestes conquistadoras. Pues, desde el Siglo XX, las milicias argentinas cometieron las mismos o peores atrocidades, sin obtener el más mínimo resultado militar. Ni el efímero autorreconocimiento por poner fin a la lucha armada de los años 70s pudieron seguir ostentando, ya que, en tren de su accionar criminal -apenas, matemáticamente- simultáneamente al combate frente a la guerrilla, iban asesinando y haciendo desaparecer los cadáveres de civiles -casi todos de nacionalidad argentina- que jamás había tocado un arma de fuego.
Si por cuestiones ideológicas, el criterio fue «cortar por lo sano», para «aniquilar al enemigo» , es más que justo que se hagan cargo de la inhumana decision.
Aún duele la pérdida de amigos, chico, casi niños, que asistían a centros de toda índole cuyo objetivo era la asistencia a personas. Personas. Gente. Los militares veían grupos armados por todas partes. Claro que los había, pero la ineficacia militar y la asqueante desaprensión por la vida los llevó a matar a chicos de 16 años, que -muchas veces- militaban por diversión, en nombre de una doctrina de seguridad que ni ellos mismos entendían.
¿Se entiende que el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea de este país, no sólo se gastaron el crédito frente a la sociedad, sino que desilusionaron a las generaciones siguientes en cuanto a que la vocación no estaba acompañada de la famosa «abnegación»?
Desde la sanción de la Constitución nunca hubo una acción militar que ameritara condecorar a un comandante. Sin embargo hubo condecoraciones horribles:
A Roca, por la perversa campaña del desierto.
A Mitre, por la pecaminosa Guerra contra el Paraguay
A Viola, por la violatoria «Guerra Sucia».
Hasta que llegó la oportunidad en 1982, en la guerra por las Islas Malvinas.
Honor eterno a nuestros soldados y a todos quienes por el solo testimonio de ellos merezcan también ser reconocidos.
Repudio eterno a los comandantes Galtieri, Anaya y Lami Dozo, al gobernador Mario Benjamín Menéndez y las cúpulas de
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