El tratamiento de la reducción de la jornada laboral tiene que venir de la mano de la incorporación al parque de trabajo de las personas que cobran subsidios.
Toda cuestión referida al trabajo, estemos de acuerdo o envueltos en una discusión, lleva atada la bandera de la dignidad. Y no está nada mal que así sea. El vínculo entre el trabajo bien pago y la condición de ciudadanía con derechos es similar al del hierro con el imán: una vez que se encuentran, hay que hacer fuerza si se los quiere separar.
¿Es indigno que se le proponga a personas que subsidiadas que se pongan -organizadamente- al servicio de su municipio en pos de aportar a mejorar caminos que se llenan de barro para llegar a sus propios hogares, calles en las que juegan sus propios hijos totalmente transformadas en basurales?
¿Cómo es el criterio?
La respuesta es que en un rincón ideológico, nos preguntamos si pedirle a una persona que haga un trabajo que, supuestamente, no lo saca de la pobreza es estigmatizarlo. Los que piensas eso conforma un club de hijos de cien millones de putas, dado que al «proteger» a los más pobres de que no se les asigne un trabajo discutiblemente «indigno», no tienen ningún prurito en dejar que esa misma gente abandone la pobreza y caiga en la miseria.
¡Claro que hay que reducir la jornada laboral de algunas actividades que son extenuentes!
Y hay que generar nuevas fuentes de trabajo.
Pero también hay que eliminar los subsidios.
¿O no? ¿o no es un objetivo?
¿es una meta?
¿a qué plazo?
Cuidado.
Antes de generar fuentes de trabajo hay que regenerar la instancia conceptual del trabajo.
El problema se hace grave cuando las ideologías procuran imponerse y a nadie le importa la verdad política de la pobreza.
Lo decimos con mucha conciencia.
El plan de acción que debe realizar la autoridad de una nación que quiera luchar de verdad contra la pobreza, requiere medidas dignas de la izquierda y medidas propias de la derecha. Algunas son populares como las ayudas con créditos. Pueden haberlas populistas, como beneficios para el esparcimiento. Pero otras son puro costo político, como establecer a rajatabla el trabajo que deben realizar los subsaidiados. Si no se toman todas (todas es TODAS) las medidas, la erradicación de la pobreza será siempre una mentira de campaña electoral.
Hay que hacerle entender al fanático liberal que apostar sólo a la educación para reducir la pobreza es un plan a muy largo plazo y no asegura las oportunidades para todos. Y al militante de las múltiples izquierdas que tocan el extremo que los planes sociales que exceden un tiempo prudencial, achanchan el anhelo de progreso. De todos modos, es fundamental que en cada familia haya un cierto número de miembros que cuenten con una base educativa sólida y algunos con formación superior, ya que la conciencia que se genera en una «familia con estudiantes» es altamente superior a la que reina en grupo familiar sin educación.
El Plan Trabajar fue el primero. El plan siempre es trabajar. El plan debe ser siempre trabajar
Mañana cumplo 60 años.
Creo importante alzarle la voz a las autoridades actuales y a las futuras que las personas que, habiendo alcanzado esta edad, nos hemos quedado a vivir en la Argentina pura y exclusivamente por cuestiones personales y profesionales. De ninguna manera por satisfacción institucional.
Desde 1987, cuando un grupo de banqueros, financistas y negreros de la comunicación liderados por Bernardo Neustadt le demostraron a Alfonsín que podían desestabilizarlo y hasta sacarlo del gobierno si él seguía llevando al país rumbo a la recuperación industrial que ellos aborrecían, no hubo un solo gobernante que no haya dado un paso importante hacia la pobreza que inunda hoy a la Argentina.
A algunos protagonistas de la más encumbrada vida pública argentina del últimos 25 años les da mucha vergüenza que se argumenten los hechos de tal modo que queden incluidos de un modo tan evidente entre los generadores de la miseria argentina, sobre todo luego de que trabajaron muy duro en la comunicación para que el efecto contrario se propale hacia el universo, lanzando mensajes desde el bronce de una épica falaz que aún consigue oídos incautos a quienes contarles la historia cambiada.
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