• Diario 5 -Buenos Aires, domingo 6 de octubre de 2024

Locutores: la necesaria decisión que nadie quiere tomar

PorCarlos Allo

Jul 3, 2021

 

Es, probablemente, una de las más grandes estafas del Estado Argentino a su población y una mancha poco lavable para la Educación en nuestro país. A su vez, se trata de una de las más injustificadas motivaciones para agregarle al panorama gremial nacional un sindicato no representativo. La Sociedad Argentina de Locutores fue siempre, apenas, un recomendador de tarifas.

Estudiar locución para trabajar en esa actividad, al amparo de una normativa que le fue impidiendo enérgicamente a quienes no hacían el curso, la posibilidad de ejercer el oficio, fue un error histórico tan inmenso que, hoy, con las evidencias en nuestra cara y con la «profesión» ultra destruida y desmembrada, nos cuesta elegir entre tantas hilachas para comenzar a desmadejar un problema que todos ven y que nadie asume.

Cualquier facilista estaría del lado de entender, creer y opinar que fueron los cambios sociales los encargados de licuar la actividad.

Deciles que sí, así se quedan tranquilos, se van birrear al kiosco y no vuelven a molestar, porque el tema, en realidad, les aburre.

En los últimos 18 años, escuché la opinión de muchos profesionales acerca de por qué se produjo esta dilución tan evidente de la locución. Todos tienen razón. Y es que todos han vivido diferentes situaciones que comprueban que este trabajo ya no es igual a cuando Héctor Larrea conducía «Rapidísimo».

Es demasiado obvia la realidad de que, hoy por hoy, presentarse como locutor en un medio audiovisual, no garantiza -ni mínimamente- alcanzar las pautas que prometía una supuesta educación especial para la comunicación.

– ¿Quién dijo eso? ¿De dónde salió que un tipo o una mina que cursan de 3 años una carrera liviana podrían superar a cualquier persona de amplio vocabulario, preparada, lúcida, de «buena» o «linda» voz (que las hay de a millones) o que -aunque no se destaque por su timbre- arrasa con la atención apenas dice «hola»?

No es una afirmación errónea aseverar que esa ilusión delirante fue producto del criterio cuadrático que sobrevolaba el cine y los medios de comunicación argentinos en los años 40s.

– Ehhh!! ¿Tanto?

– Obvio. El ISER se puso en marcha en 1951 con «grandes docentes formadores». ¿De qué tiempos provenían los impulsores de esa planificación educativa de los futuros comunicadores?

Por supuesto, que, a la sombra de la tendencia cultural de una Argentina que contaba con artistas inmensos, en esos tiempos valía la pena pensar la educación especializada para quienes aspiraran a plantarse frente a un micrófono. Para ser justos, la academia arrancó con todo: la radio era popularísima y para el gran público había mucho encanto en la costumbre de escuchar voces que dejaban sensaciones impactantes. El ISER nace con el férreo compromiso de formar a los candidatos a ocupar un lugar frente a los micrófonos de las grandes radios. Hay toneladas de repetidísimas historias sobre la radiofonía, que no haremos aquí.

Y volviendo a hacer justicia con los impulsores de la novel academia de locutores, hay documentación fehaciente de que la formación que brindaba -toda una novedad en el mundo, aunque ya por entonces existían reservas- era de jerarquía.

Entonces, ¿cuál fue el problema?

El vicio del «exclusivismo».

El Exclusivismo es, en esencia, un amor inconfesable por lo excluyentemente exclusivo y lo exclusivamente excluyente. No es la primera vez que se tomó la decisión de marginar a gente en una actividad porque la condición de excluyente dispara la apariencia de «asunto importante», un mandato marketinero que genera puntos hacia la meta del prestigio.

Seguros de que «Los cuerdos nunca hacen nada», el Estado prefirió a los «locos con carnet» (*). Es como comer una frutilla cualquiera y luego vociferar -orgullosamente- que es la frutilla de la torta. Aunque, en realidad, nunca hubo torta.

Podría definirse con más precisión con un cuasi neologismo: exclusivización gremial: un gremio que consigue que una normativa le permita ejercer una determinada actividad sólo a quienes estudiaron para tal fin, aunque existan personas tanto o más capaces que las «academizadas» para hacerlo.

La locución va de la mano con la mismísima veta artística de quien presta su voz y sus silencios. ¿Nos lo pueden enseñar? Tímidamente se puede decir que sí. Pero apenas en la teoría. Tomar el toro por las astas sería dar clases de actuación. Y no profundizaremos sobre una histórica polémica que enfrentó por año (y aún lo hace) a actores y locutores doblajistas.

El Estado fabricó la cerradura y vendió la llave para abrir una puerta que no daba a ningún lado. Ni dará jamás. La locución es un oficio vocacional, habitualmente incorporado en personas con inclinación por las comunicaciones y las artes.

En nombre de pretender «defender las fuentes de trabajo» de los locutores que sacaba al mercado formados por ellos, el Estado les daba un carnet, con el ultra discriminador título de locutor «Nacional».

– Guaaaaauu. ¿salías «Locutor Nacional»?

– Qué importante, hermanito. ¿Y por qué lo de «Nacional»?

Porque en un penoso deschave antifederal. El Locutor Nacional se diferenciaba de los «locutores provinciales» que (agarrate con ésta) DEBÍAN VENIR A RENDIR EXAMEN AL ISER, en la Ciudad de Buenos Aires, para obtener sus «reválidas».

Bailando el minué del ISER

La gran Ciudad les decía qué estaba bien y qué mal para hablar por radio y TV.

En 1984, con el advenimiento de la Democracia, se creó en el ISER un salvoconducto a favor de las tonadas provincianas, estableciendo un criterio menos discriminatorio que el impuesto desde la fundación del instituto para el ingreso a la carrera de Locución.

Eso sí: los Locutores provinciales que ya habían transpirado demasiado la camiseta en emisoras de todo el país, y haciendo una parva de trámites, podían pasar -examen mediante- a «jugar en primera» y obtener el vergonzante y ansiado carnet de Locutor Nacional, como cualquiera que había estudiado en la Meca: el Instituto Superior de Enseñanza de Radiodifusión.

¿Fuimos una manga de pelotudos, que aceptamos reglas de juego infantiles como si fueran serias y ?

No nos animamos a dar respuesta a un cuestionamiento tan tenso. Sí dejamos abierta la pregunta y con justa razón. Justicia perseguirás.

Pero si bien a nadie le cae en gracia tener que reconocer un error cuando ni siquiera sabe si lo cometió, menos aún puede aparecer alguien dispuesto a admitir una equivocación del Estado que dejó afuera de su sueño a un alto porcentual de cinco generaciones de vocacionales comunicadores.

Viene ahora una paradoja de una ridiculez execrable.

El organismo rector del Instituto, el actual ENACOM, durante los años iniciales de este engaño a los estudiantes «exclusivizados», se llamó ComFeR, es decir, Comite Federal de Radiodifusión.

Pues no.

Jamás fue «Federal».

Por lo expuesto, comprendemos que debió llamarse Comité UNITARIO de Radiodifusión (quizás, «ComUniR»).

Tras el ISER, el Estado habilitó al COSAL y más tarde se le dio vía libre a otros institutos que vieron el «currito» de preparar locutores, una bicoca educativa garantizada, por la alta adhesión que conlleva una actividad desde la que resulta posible alcanzar popularidad, notoriedad o fama, objetivos perseguidos por muchos jóvenes, cargados de ilusiones indiscutiblemente legítimas.

Sólo por tomar un ejemplo, la República Oriental del Uruguay siempre tuvo en sus radios a locutores de una calidad que nos pasaban por encima. Durante un siglo de radiofonía, el Estado uruguayo jamás obligó a quienes querían nombrar marcas a tener una matrícula habilitante y -menos que menos- enviar a los aspirantes a locutor a estudiar dos o tres años para obtener esa «visa de trabajo».

El Estado argentino hizo con la actividad de los locutores un laberinto absurdo. Nadie tuvo los reflejos suficientes como para reaccionar a tiempo y liberar la actividad de la obligatoriedad de los carnets que, lejos de garantizar el trabajo a los profesionales, los achanchó, sin advertirles que se venía un final por apagamiento, como un moribundo fade out.

El curso formador de locutores bien pudo haber sido abierto a todos y sin el «premio» de un carnet habilitante, permitiendo que la decantación se manifieste a tiempo, desde el primer día. Incluyendo un posible abandono del curso y no alimentando las inabarcables expectativas que mantenías, especialmente desde 2001.

El «Mercado» y el Estado, juntos, con sus medios de comunicación exclusivamennte dedicados a jugar sus cartas políticas, permitieron que la mayoría de esos miles y miles de chicos, recibidos y dispuestos a -pobres!- comerse el mundo, se acercaran, a toda velocidad, al paredón de un parque de trabajo irremediablemente vacío de fuentes genuinas para ejercer un oficio.

Un oficio que -por favor, alguien que se sincere con esto de una vez- no es para nada importante en el aparejo de trabajo de una radio o un canal de TV.

Todos los años, en Diario 5, encontrarás alguna de las aristas que conforman este pensamiento, que no tendrá retorno.

La premisa mayor de esta actividad debería ser, siempre: «No es mi carnet el que me hace locutor».

Muchos tuvimos que estudiar en el ISER porque el Estado decía que había que tomar ese camino para ejercer la actividad que queríamos. Vocacional impertérrito, estás leyendo a quien dio cinco veces el examen de ingreso de entonces, hasta ingresar. Luego vino el curso, el egreso y recién ahí trabajar (dentro de lo que había disponible) en lo que ostentosamente llamábamos «la profesión».

Sí, claro, éramos profesionales. No había dudas. Pero algo nos empezaba a hacer ruido.

Detalle interesante: Personalmente, había estudiado periodismo en el Instituto Grafotécnico y nadie entre entre aquellos compañeros consideraba que al terminar el curso iba a haber una corona de laureles o un halo mágico que nos iluminara para protegernos en nuestro camino a ninguna gloria. Pero en la carrera de Locución, algo de eso había. Se percibía. Se hablaba mucho de las normas que «blindaban» la actividad, respetada no sólo en los medios, sino en agencias de publicidad, productoras de cine comercial, estudios de grabación, laboratorios de doblaje y reclutadoras de casting.

Se respetaba la normativa. Y la ley era el puto carnet. Pero cualquiera puede confundirse. La secretaria de un jefe de producción de la agencia Lautrec jugó un doble rol el día que dijo con firmeza pero con dulzura: «Nene, el miércoles grabás. Así que traeme tu carnet el martes». El orgullo del locutor de llevar el sobrevaluado comprobante de pertenecer a la «casta del bien decir», fue mayor que el de grabar aquel aviso de Renault, dirigido por Stagnaro. La cabeza ya se estaba limando.

La necesaria decisión a la que alude el título de esta entrega es la de liberar la actividad de la locución a la preparación que cada interesado logre por su cuenta y aspiraciones, conservando los cursos del ISER y de todas las academias e institutos que lo deseen, basándose en alguna regulación pertinente, pero DISCONTINUANDO LA EXIGENCIA DEL CARNET PROFESIONAL, PORQUE SE TRATA DE UN FACTOR DE CONFUSIÓN PARA JÓVENES ESTUDIANTES. De este modo deberá dejar de ser exclusivo para matriculados el ejercicio de la locución a los en el que se mencionen marcas en emisoras y medios de comunicación audiovisual. Lo mismo con informativos.

Finalmente, y por pura dignidad, la pregunta: ¿realmente aún existen locutores que se consideran personal excluyente para dar la hora la temperatura y la humedad en una radio?

Viva la locución.

Muera el carnet.

Aún con esta observación, encuentro «ex» colegas que se niegan a aceptar que fueron estafados por el Estado y por ciertos intereses privados y gremiales, durante más de la mitad de sus vidas.

No es algo tan diferente a cualquiera de tantos desmoronamientos que se han visto en la Argentina en los últimos 30 años.
La diferencia radica en que los protagonistas de la debacle de la locución no están dispuestos a verlo.
Y pensándolo mejor, en ese negacionismo tampoco hay tanta diferencia con la demás vergüenzas vernáculas.

Es lógico. A nadie le gusta golpearse el pecho por una situación así. Es común que un argentino evite confesar que fue estafado, para evitar que se lo tilde de incauto.

Pero es lo que hay.

 

(*) Vaya un gran agradecimiento a Nicolás Pérez Delgado y a Joan Manuel Serrat por inspirar la premisa de los Locos y los Cuerdos.

Carlos Allo

Editor de Diario 5 y Ensamble 19. Productor integral de Radio Clasica.

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