Cualquiera dice cualquier cosa acerca de las vacunas. Es un abuso del derecho absoluto a expresarse (cuidado, a no confundirse con quienes creen que hay que señalar a los que se dicen lo que al poder no le gusta).
El problema es otro. Hay turba de flatoparlantes que ejerce un derecho que nadie les quitaría pero que nos obliga a señalar que su discurso apunta hacia la flatulencia con alta puntería.
Incluso hay profesionales de la salud que aparentar hacer prevalecer los intereses de algún laboratorio por encima del más equilibrado bien común, dejando abierta la posibilidad de que alguna de las producciones inmunológicas no responde del mismo modo que otras a la hora de medirse su efectividad.
Si bien no hay una pieza correcta para cerrar el rompecabezas,
Si bien no es posible eliminar los virus de la faz de la tierra con el sólo hecho de que trabaje a destajo en centros bioquímicos de alta efectividad, nadie puede arrogarse la supuesta verdad universal acerca de cuál es el camino correcto para eliminar el coronavirus del área de peligro.
Se hará.
Los seres humanos que detentan poderes, suelen pretender hacer prevalecer sus ideas y voluntarismos antes de -comprobados vergonzosamente sus errores- aunar criterios con otros, para hallar soluciones.
De manera que la búsqueda de criterios aunados -digamos- se terminará por pactar desordenadamente en el mundo, ya que los aludidos apenas aceptarán a regañadientes presentarse como «fracasados» en sus emprendimientos de demostrar a sus seguidores y adversarios que lo que ellos dicen está bien dichi y lo que hacen, bien hecho está.
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