Una población que abandonó en su lecho de muerte a un gen patrio tan inconmensurable como Manuel Belgrano, a sólo 10 años de la Revolución de Mayo y tras la gesta militar monumental que encaró, no lograría nunca transformarse en una Nación. Y ya lo vemos. Y aunque lo veamos, no lo asumimos. Cuando la pasión por el poder supera al deseo de obtener el bien común, el desarrollo en comunidad y -en definitiva, como lo plantean los libros sagrados- el amor al prójimo, ¿qué se puede pretender como pueblo?
Manuel, haciéndose cargo de un ejército completo y comprometido, estaba trabajando para el armado de un país en el que viviera «una comunidad de belgranos». Ellos habían podido llevar adelante una patria honesta, sin egos arrasadores que se impongan sobre los que se reconocen valiosos pero no lo vociferan a los cuatro vientos, especialmente para decirle al resto de la población que ellos tienen la fórmula perfecta para gobernar.
Habría que lavarse la boca antes de nombrar al creador de la Bandera Argentina y usarlo para fines vinculados al Poder, mientras que quienes ya violaron esta premisa, deberían lavarse el culo, de tan sucio que lo tienen.
Manuel Belgrano es un número 1 de un país que -si existiera- sería el número 1 del Universo. Pero no existe.
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