211 años de altibajos, con más bajos que altos no es poco. Población Paupérrima en tierra de riqueza.
El péndulo de las opciones no nos permite pensar con conciencia plena. El péndulo se instaló a partir de lo fácil que se puede hacer política con criterios extremos en la Argentina. Aportan al juego pendular y con gran placer, juristas que se divierten aplicando estratagemas legales al servicio de intereses que casi siempre persiguen impunidad para alguien con poder. Lo hacen con la gentil ayuda de comunicadores oblados por los grupos interesados y los indescifrables galimatías de las encuestadoras, cuando los resultados difieren del gusto de quienes pagaron la investigación.
Tampoco alcanzan el nivel de un trabajo práctico de colegio secundario, los «estudios» realizados por consultores que se vanaglorian de hacer pasar por «análisis» sus livianas estimaciones, como si el aire de solemnidad que les proveen sus corbatas, les hiciera creer que transmiten seriedad.
El péndulo no se va con chiquitas: están quienes ven una salida gracias a los gobiernos kirchnerista o macrista (hoy, ningún otro mueve la aguja como para apuntar a gobernar) y los que vislumbran el paso firme hacia el enfrentamiento vernáculo.
Nadie que se sienta en la silla mayor, lo entiende. Llevamos 211 años sin poder arreglar el problema, porque nadie lo asume.
El primer problema es que creemos ser y no somos. Quiere decir que la opulencia de recursos naturales siempre es la excusa de los especialistas en engañarnos. Allí nosotros tampoco tenemos excusas. Debemos aceptar que nos encanta ir tras la zanahoria que cuelga de la caña de pescar atada a nuestro propio caparazón.
De una buena vez, habría que madurar y comprender que cuando se nos señala la riqueza de tierra, agua y subsuelo argentinos, no se está hablando de una nación rica. ¿tan difícil es -aunque sea- desconfiar del que nos cae simpático? La Argentina no es «rica», como dicen -desordenadamente- algunos soñadores. Estaríamos partiendo de conceptos mezclados, ya que la «riqueza» de un país, debe abarcar un desarrollo que nunca concretamos. Y -justamente- mezclar conceptos es otro de los placeres argentos.
Cualquiera podría afirmar una verdad isoslayable como: «los que dicen que la Argentina es rica son los mismos ricos a quienes los pobres votan». Claro que es una expresión que dispararía una discusión inmensa, pero -lamentablemente- es una verdad al 90% o más (encima, muy conveniente para esta tesis).
Pero estaría mezclando.
Y a la larga, mezclar confunde y termina estancando acciones, una de las más importantes premisas a conocer cuando se hace política en la Argentina: no dejar hacer.
Siempre el que gobierna llora por la desalmada actitud opositora de no querer dejarlo hacer. Los estilos de los dos grupos políticos que -aunque ganan reglamentariamente sus respectivas elecciones- acostumbran atropellar alternativamente la institucionalidad argentina, difieren en pequeños detalles: En Juntos por el Cambio ironizan sobre la supuesta insensatez de sus adversarios al criticarlos, mientras que el Frente de Todos remarca la supuesta insensibilidad de los de enfrente. En el palabrerío está el engaño que los une. Siempre lloran y siempre negocian.
El punto en común que más sobresale de estos dos grupos de improvisados que se pasan el poder de mano en mano desde 2007, es la falta de disimulo para ningunear temas y personas. No importa si hay asuntos más importantes que otros. Pero está absolutamente comprobado desde las pequeñas estructuras de comunicación que no juegan a figurar ni a hacer figurar a nadie, que estos gobiernos tuvieron con el periodismo independiente un vínculo más incómodo que con el propiamente opositor, al que le suelen conocen las mañas.
Es tierno escuchar vociferar en las colectas de TV, que somos solidarios. Tranquilo, hermano. Entregar lo que nos sobra delante de cámara, no es pecado. Pero calladito, nene. No te agrandes cuando la cronista del evento te halaga por tu generosidad. Ella ni sabe que está mintiendo, porque es hermoso contar historias de héroes. Nadie dijo que sea trampa. Reemplazar el pago de impuestos con un donación es una buena medida que se adopta en muchos países del mundo. La canallada consiste en florearnos por tal cosa, presintiendo que, con ella, le mostramos al pueblo que alcanzamos el estado espiritual de San Francisco de Asís.
Nunca fue cierto que somos democráticos por naturaleza. Sólo si nos fuerzan a no imponernos por la fuerza. Sí somos competitivos. nunca será difícil demostrar que no priorizamos el bien común cuando gobierna el que no votamos o que votamos pero ya no nos gusta.
No está de más recordar una de las características con la que solemos hacer bromas y considerarla como parte irremediable de nuestra idiosincrasia: opinamos demasiado sin saber y prejuzgamos a cualquier especialista en cualquier tema, según nos simpatice o no. Mientras tanto, nos encanta ver creativos avisos comerciales en TV que aluden esa condición tan nuestra y tan repudiable de jugarla de sabihondos.
La hipocresía se impone en todos los ámbitos:
Todos los funcionarios del área de transporte público no se suben a un colectivo, un subte, un micro de media distancia, un tren urbano o una combi de escolares. Pero ellos diseñan cuándo y dónde debe parar un bondi y dónde no. ¿Acaso, nadie entiende que flexibilizar el reglamento de paradas rompería con la insolidaria e injusta y repetida escena cuando un chófer no le permite subir al vehículo a alguien que no se encuentra junto al estúpidamente respetadísimo poste? En este medio nos hemos explayado acerca de ese tema. La empresa de ómnibus -más papista que el Papa- le hace acatar al conductor el reglamento que la mayoría de las veces perjudica a los pasajeros, lo que deriva en una baja de la calidad de vida
Se trata de una combinación de normas redactadas y sancionadas en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y los concejos deliberantes de los municipios bonaerenses, por personas que usan un colectivo solo eventualmente.
En tanto, las empresas de transporte ejercitan el «Sí, Bwana», basándose en el miedo al poder inconmensurable que la compañias de seguros tienen en la calle. Traducido: Simplificaron todo y redujeron las normas de convivencia a las pólizas por posibles accidentes. Nadie lo pensó demasiado (los que arman las leyes circulan siempre en su propios vehículos) y quedó vigente un reglamento de mierda que deja tranquilidad a las empresas y perjudica al público.
Más de la mitad de las aguerridas feministas están atentas a poder conquistar un varón adinerado.
Muchos sindicatos no tardan mucho en desafiliar a despedidos.
El alfonsinismo sin Alfonsín, jamás reordenará sus ideas por no definir sus convicciones y hay gente que se esperanza vanamente en ellos.
El peronismo sin Perón gobernó con vertientes de derecha y de izquierda, malversó el significado de la militancia y sigue engañando generaciones con una doctrina inviable.
Los docentes que se cuelgan de su propia ideología entienden que sólo ellos son la educación, mientras que el trabajo más rentable para los pedagogos es couchear a gerentes de marketing de multinacionales.
Centenares de profesionales se van a triunfar por el mundo, luego de formarse gratuitamente bancados por todos nosotros. Pelito pa’ la vieja: total, la universidad gratuita en un orgullo de todos.
La CIN (Comisión Interuniversitaria Nacional) infla su pecho y alza su voz en defensa de la Gratuidad Universitaria. Muchachos, estamos todos de acuerdo con evitar el elitismo y promover la inclusión. Las universidades accesibles para todos, no son una bandera exclusiva de quienes tienen un despacho y un sueldo para dedicar su vida exclusivamente a defender eso. Repetimos: es un orgullo de todos nosotros. El asunto es que en un país con tantas necesidades, cuando el profesional está formado y gana dinero, no es suficiente el pago de una matrícula anual. No hay un item en ninguna de las leyes que afectaron a las Universidades Publicas en 221 años, como para que la AFIP diferencie si el impuesto a las ganancias que pagan los profesionales es para repartir. Y no dijimos una palabra sobre los estudiantes extranjeros.
En 1982 perdimos una guerra contra el poder real del mundo y todavía encontramos motivos para hacernos lo cocoritos.
Apenas 10 años después de esa desgracia nos comimos que formábamos parte del Primer Mundo.
Nadie en el S XX pudo tomar conciencia del inmenso trabajo que llevó armar las estructuras que llevaron a la Argentina a tener acero, exploración y explotación petrolífera y gas, grandes puertos, red ferroviaria, astilleros, fábrica de tanques y aviones militares, represas hidroeléctricas, trazado vial, industria pesada, caleras, logísticas al servicio de la producción agropecuaria, desarrollos en decenas de ramas de la biología y las industrias al servicio de la salud. Nadie tomó esa conciencia, entonces, el declive hacia la decadencia se hizo fácil, fluido y veloz.
Muchos se preguntan cómo es que nuestros vecinos de la región están económicamente mejor que nosotros. La respuesta es sencilla: ni Chile, ni Uruguay, ni Perú, ni Paraguay, ni Bolivia ni Ecuador, cayeron desde tan arriba. Todas las naciones de la región, excepto la Argentina y Brasil tuvieron economías austeras, siempre acordes al PBI histórico de cada una de ellas. La Argentina fue siempre una gran máquina de gastar sus recursos. Y hasta gastar a cuenta. Las deudas pueden dejar dos posibles efectos: movilizar al deudor y ponerlo en línea para su desarrollo o estancarlo en función del permanente esfuerzo de pagar al acreedor. Es raro, pero en un principio, nuestro país eligió la primera opción, hasta que los gobernantes se cebaron pidiendo crédito, ya que la Argentina era un país con recursos casi ilimitados para resolver los problemas de finanzas. Casi. En toda su historia, la clave estuvo en que la Argentina siempre fue «casi» algo importante. «Casi» hicimos del Torino un auto de inserción internacional. «Casi» avanzamos con la crotoxina para la cura del cáncer.
Volviendo al tiempo en el que nos veíamos involucrados en el teatro geopolítico: ¿alguien pensó que nos iban a obligar a desarticular el Proyecto del misil Cóndor II»? Si siéndolo en fútbol, nos sentíamos -también- los campeones del mundo en desarrollo armamentístico. Fue.
¿Cuál es la diferencia de cómo ven desde el mundo a cualquier país de la región y cómo a nosotros a nivel militar? ¿Otros acaso habrían hecho un mejor papel contra una coalición de potencias? Ni en pedo. Seguramente, no. Pero el que no baja sus cartas se mantiene en el juego, mientras que la Argentina las mostró. Y perdió. Y a los argentinos eso ni se nos pasa por la cabeza. Consideramos que estamos parados frente al mundo -especialmente el occidental- con el mismo aire salvador con que nuestro país se presentó tras la Segunda Guerra Mundial: abierta a dar trabajo y a alimentar a millones. Eso también fue.
Nos mentimos a nosotros mismos de un modo enfermizo. Llamamos industria a una armadora de aparatos electrónicos ubicada en cualquier provincia, que ofrece empleo a un puñadito casi insignificante de su población. No hay ninguna diferencia entre los nativos de Guanahaní que se admiraban las chucherías que les mostraban los españoles recién llegados en las carabelas de Colón. Y si la hay, la diferencia beneficia a los anfitriones americanos de 1492. Amamos los espejitos de colores. Y hasta justificamos tal amor. Somos jactanciosos y sufrimos durante décadas de una enfermedad que nadie supo diagnosticar a tiempo: vanidad colectiva inconducente.
Probablemente, uno de los ataques de Vanidad Colectiva Inconducente más fuertes de la historia de nuestro país se disparó cuando a un argentino lo ungieron Papa de la Iglesia Católica. Actos de vergozante inmadurez cívica fueron parte de extrañas «celebraciones» de la gran novedad de marzo de 2013, con cánticos seudonacionalistas, insultos a países hermanos y otras asquerosidades. No vale la pena revivir nada de eso.
Lamentablemente, el atascamiento a nivel productivo puso a millones de compatriotas en niveles centroafricanos de supervivencia. Y hay dirigentes que se ofenden porque creen que si el pueblo escucha eso, se volcará a los opositores. Pero los opositores también son culpables, no sólo por cómo gobernaron cuando gobernaron. El político argentino es muy mal opositor. Siempre. El político distendido por no tener de responsabilidades de gobierno, suele transformarse en monstruo. El facilismo del llano, que siempre se nota, nunca es ni siquiera disimulado por el ratón que pretende regresar al queso.
La pobreza se expandió como no lo imaginó ningún cráneo aspirante o experimentado en el comando de la Casa Rosada. Y detrás de la pobreza, la falta de trabajo. Y más pobreza. Como algunos afectados por ese flagelo -muchos de ellos, chicos y jóvenes- no quieren estar 24/7 sometidos a esa taladrante realidad en estado ultra consciente, aparece un equipo de paliativos de efectos temporalmente maravillosos: las drogas.
Con una mano en el corazón, amigo argento: ¿no vamos a asumir que el narcotráfico, hoy, integra un capítulo significativo de los 211 años de país que llevamos? ¿O vamos a seguir -cual aveztruz- metiendo la cabeza en la tierra para no ver la realidad?
25 de mayo, tan querido, tan perdido. Sería edificante dar buenos anuncios en el cumpleaños de la Patria. Por ahora, no hay. Respuesta bien argetina. Siempre dejando esperanzas, siempre optimistas: «por ahora, nada». ¿Esperamos algún Mesías, quizás?
Y cuando parece que sí surgen buenas noticias, habrá que ser lo suficientemente lúcidos como para entender su dimensión. No sea que volvamos a conformarmos con un vaso de leche recién ordeñada, mientras -detrás de nosotros- están vendiendo nuestra vaca.
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