Los Comités de Ética no miden las Fiestas Clandestinas. De esta manera, muchos jóvenes contagiados en circunstancias repudiables, generarían la muerte de otras personas para que los salven a ellos.
Nadie mide la verdadera injusticia criminal que disparan las fiestas clandestinas. Nadie da el mensaje claro de lo que significa que una parva de pendejos se estén contagiando unos a otros mientras disfrutan del mágico placer de excederse en todo lo que se puede, en nombre de la confusa premisa de «vivir intensamente» y que generación tras generación, deja a millones de adolescentes y jóvenes fuera de toda posibilidad de alcanzar niveles buenos de educación, desarrollo personal y calidad de vida.
Las campañas de concientización que se han creado para evitar la propagación del contagio, no están mal. El problema -más allá de que nada es suficiente, nunca- es la falta de escrache. Señalar con el dedo a quienes perjudican a la sociedad no es «ser botón». Mucho más ortibas son son los putos* que venían especulando con su edad, ya que podían cursar en Covid-19 sin síntomas. Eso parece alejarse, aunque todavía no es el tiempo en que se desesperen por cuidarse. Por ahora, se comportan como saben, como los educaron y como les gusta, bien típico de los argentos de las generaciones posmenem: cero solidaridad y rapiditos para reclamar derechos.
El problema radica en que estos impunes propagadores de la enfermedad pandémica, pueden llegar a obtener prioridad frente a una persona mayor, a la hora de que los médics tengan que decidir a quién se le brinda un respirador artificial y a quién no, si el sistema de terapia intensiva se desborda, como sucedió en varios países el año pasado.
No es fácil encontrar una injusticia tan nítidamente visible y con los culpables viviendo al lado o a la vuelta de nuestra casa.
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