La incorporación de 300 nuevos agentes de tránsito, tiene dos aspectos salientes que val la pena destacar y diferenciar: por un lado, el valor positivo que significa sumar ojos y manos al control de un esquema cada vez más complejo, como la circulación de vehículos en la Ciudad de Buenos Aires y por otro, lo débil que se intuye la posible profundidad o rigidez en el cumplimiento de tales funciones, tratándose de personas demasiado jóvenes, cuya inexperiencia no sólo quedará expuesta en aras del tránsito, sino en todas sus acciones.
No es difícil afirmar que será traumática la experiencia para -si todos salen a la calle a cumplir con el rol que se les delega- el 100% de los nuevos agentes porque no quedaron exentos de tal padecimiento sus colegas de camadas anteriores. De hecho, jóvenes agentes de tránsito con alguna experiencia ya en la vía pública, se ven sobrepasado por un importante número de habitantes nada dispuestos a someterse a la autoridad que las leyes les confieren a los oficiales destinados para tal fin, y menos aún si los ven «tiernos» por su juventud y visible falta de capacidad para imponerse en situaciones conflictivas.
Claro que está previsto que puedan llamar al personal policial para ser asistidos! Pero la repetición de casos en los que deban convocar a los uniformados con armas deberá ser siempre altamente justificada, ya que de lo contrario terminaría por desgastar y banalizar el vínculo entre agentes de tránsito y policías. Nada de lo expresado queda fuera de las experiencias ya vividas.
No obstante, ningún tiburón comió atún hasta que no se cruzó con un cardumen de atunes. A la calle muchachos, que el tránsito cada día está más complejo.