
Es probable que la mejor imagen de la Ciudad en el año saliente la conforme la primavera con su Juegos Olímpicos de la Juventud. Más allá de la correcta organización y las alegrías deportivas traducidas en medallas ganadas por nuestros compatriotas, la conclusión que se sacó en varios ámbitos de análisis fue que se pudo demostrar que Buenos Aires bien habría podido ser sede de las Olimpíadas mayores, como se intentó en los años 90 cuando cuando la ciudad fue candidata a los JJOO de 2004. Fue imposible competir por entonces, ya que a Atenas, con su estirpe de haber creadora de los juegos y sus 2500 años de historia, el Comité Olímpico Internacional no podía desairar.
Es probable que lo peor siga siendo el efecto poco humano que la inconmensurable estructura urbana porteña que, crisis tras crisis en la economía del país, deja entre centenares de miles de personas que eligieron quedarse a vivir en la Ciudad por la cercanía con los múltiples centros de actividad. En Buenos Aires, la falta de estímulo para los jóvenes que quedaron marginados de la educación y de la posibilidad de tener algún trabajo asegurado, trae aparejada un mayor efecto de pobreza que se ve reflejado, especialmente, en el crecimiento exponencial de la delincuencia.
Todo lo demás, es vida urbana. Pero los millones de vehículos particulares y comerciales en las calles y avenidas más los miles de vehículos de transporte público, el ruido de megametrópoli no consiguen tapar la creciente sensación de proceso incurable de frustración que los argentinos todos sentimos. algunos haciendo hincapié en algún aspecto por encima de otro pero todos bañados en la certeza de que el país no funciona como nación.

Pocas veces el argentino es conciente de que cuando llegan las elecciones renace la oportunidad de revertir buena parte de las frustraciones o de ratificar los buenos rumbos. Y no porque ocurra en varios lugares del mundo alguna cosa parecida vamos a dejar de poner en blanco sobre negro que -a nivel de responsabilidades que nos abarcan a todos- los argentinos no perdemos la oportunidad de demostrarnos a nosotros mismos la gigantesca capacidad de hacer grandes cagadas, hacernos los pelotudos de manera inmediata y -acto seguido- salir a señalar con el dedo a los que no nos gustan (o, mejor dicho, a los ya no nos gustan) echarles las culpas, respirar hondo y contar cuánto dinero tenemos como para salir de vacaciones y desestresarnos de tanta carga que cae sobre nuestros castigados hombros y nuestras sacrificadas mentes.